Banksy hasta en la sopa. Alguien podría pensar que la subida a los altares de este graffitero británico podría suponer la viva imagen de la autodestrucción del sistema. De la serpiente que es devorada por las crías que han roto el cascarón. Nada más lejos de la realidad. El caso “Bansky” es la misma prueba de la elasticidad del capitalismo para acoger en su seno a sus hijos rebeldes, para crecer desde la crítica a sus postulados. Como un edredón reversible el orden establecido demuestra su ambivalencia, su desafío al principio de no contradicción, su ser esto y lo otro y lo de más allá en el mismo sentido, toda a la vez, todo a un tiempo, todo el tiempo o a tiempo parcial o depende. No, el sistema no se destruye, se transforma cambiándolo todo para que todo siga igual. ¿Es nuevo? No, lavado con Perlán.
Podemos mirar a Banksy como aquellos anarquistas fin de siècle que aterrorizaban a las cortes y gobiernos de Europa. Encapuchados temerarios, casi suicidas, dostoievskianos, nihilistas. Podemos mirar así a Bansky embelesados, cautivados por su lucidez e inteligencia, por su innata predisposición a escandalizar gustando. Da igual. No duele. Porque hiere siempre a los mismos y con eso ya se cuenta y esos en su acomodada afectación no se rebelarán. No lo necesitan. Podemos mirarlo con los dedos abiertos delante de los ojos fingiendo que escuece. Pero esta bomba hace mucho que está desactivada. Casi desde el principio. Desde que uno de traje un poco más listo que los demás dijo a sus compadres: “Tranquilo, está controlado”.
Banksy es un héroe a medida. Y en este sentido es todo lo contrario de un mártir. Parece parido desde las entrañas mismas de una agencia de publicidad. Es el artista sin nombre, anónimo, desconocido. Simula ser el pueblo pero vende sus cuadros por miles de libras. Cuadros firmados. Firmados por Bansky, el chico de Bristol, ¿pero seguro que es de Bristol? De treintaytantos años. Aunque quién dice que no puedan ser algunos más o menos. Desde luego lo suyo es de traca, pero no por haber abierto los museos al arte callejero, sino por el hecho de haber sido él, Bansky, y no otro cualquier: Mensky, Pransky, Tronsky o vaya usted a saber. En definitiva, es un fenómeno epocal. Inútil hacer aspavientos, decir: ¿quién lo hubiera imaginado? También Gutenberg descubrió la imprenta de tipos móviles, pero a nadie se le escapa que de no haber sido él habría sido cualquier otro. Y lo mismo la gravitación de los cuerpos, la penicilina, la relatividad.
Las leyendas en torno a Bansky se acrecientan y a cada nuevo enigma o rumor sube la cotización. Las micciones de sus soldados son chorros de oro. Pronto no habrá Museo de Arte Moderno o sala de exposiciones municipal que no quiera tener un Bansky. Greenpeace se lo disputa. La MTV se lo rifa. Cuidado con este tipo. Es superpeligroso. En su catálogo aparecen pintadas en muros de Cisjordania, en el centro de Londres, pronto millonarios kuwaitíes limpiarán sus fachadas para que el rico ácrata estampe su sello inconfundible. Aparecerán mujeres en actitud libidinosa pero eso sí, siempre con velo, faltaría más.
Lo penúltimo de Banksy es su colaboración con Matt Groening en Los Simpson. Todo un encuentro. Como el de Celan y Heidegger, Franco y Hitler, Stalin y su conciencia. Y Bansky una vez más no defraudó. El hito se produjo en el capítulo “MoneyBart” emitido pasado 10 de octubre en EE.UU cuya secuencia de apertura fue escrita y dirigida por el graffitero y que tanto está dando que hablar en todo el mundo.
La célebre intro era aquí reelaborada con los tintes más sombríos. Toda la paleta de grises de su mochila emergió en prime time, frente a una audiencia de millones de espectadores para criticar ese mismo capitalismo que ha creado un producto como Banksy, ése que es su pienso vital.
En la secuencia, de un minuto aproximadamente de duración, vemos un sórdido taller de trabajadores asiático explotados que manufacturan en las peores condiciones imaginables merchandising de la serie. Pero no satisfecho con esto, la escena se cierra apuntando directamente a la 20th Century Fox por externalizar una parte de la producción a Corea del Sur. En definitiva, Bansky, “con toda su cara” acepta la invitación de Groening y de la Fox para cagarse en la Fox con ayuda de Groening. El fatal desenlace con el logo de la cadena es tan explícito y directo que parecería firmado por Naomi Klein y Chomski. Como leí a un articulista estadounidense, la visión de Banksy hace que el Londres de Dickens parezca un vídeo de Kate Perry.
Pocos ejemplos recientes demuestran más claramente cómo son de grandes las tragaderas del sistema. Traga la Fox. Traga la audiencia. Porque les conviene. Unos para aliviar las conciencias y poder seguir consumiendo minutos de televisión, gorras de Bart, parasoles con Lisa la inconformista tocando el saxo de los ángeles. Otros para seguir ganando dinero con el que masacrar a Obama por ser algo menos sanguinario y un poco más humano que sus antecesores. La doble moral de la industria se cae por su propio peso. No podría ser de otra forma. La del artista resulta bastante más cuestionable. No porque sea nueva u original (¿acaso los más grandes pintores del Barroco no fueron propagandistas de la Contrarreforma?) sino porque en esta nueva edad resulta un tanto más sutil y paradójica. Acaso igualmente nauseabunda.
¿Es entonces Banksy un hipócrita o un farsante? Casi con toda seguridad, o al menos en igual medida que un aprovechado. Y al mismo tiempo un tipo de extraordinario talento, un vendedor innato, un glorioso bufón, una marioneta y un titiritero formidables. Tal y como Groening, de lo mejor de lo peor dentro del gran bazar planetario. Tipos necesarios, poliédricos, hábiles, lúcidos, interesantes, interesados. Voces críticas harto criticables que muerden la mano que les da de comer pero flojito, sin clavar lo dientes, dejando un reguero de baba, que claman por momentos con brillantez en un desierto poblado de cuerpos ocupados en almas vacías.
3 comentarios:
Con Bansky me pasa que aunque me guste mucho la estetica de su obra, no consigo separarlo de ese simbolo en el que se ha convertido, como muy acertadamente dices.
Quizas es que ya, de verdad no se puede hacer nada (quizas nunca se pudo) y lo unico que puede cambiar el sistema sea un cataclismo.
Me ha encantado este post. Saludos.
Gracias, Alberto. Sí, la verdad es que el personaje se ha elevado por encima de su obra, lo que tratándose de un arte pretendidamente subversivo y antisistema de algún modo desactiva el invento. Una pena, porque coincido contigo en la valoración de su estética.
Sobre lo otro, claro, estamos en lo de siempre. Tampoco, supongo, es obligatorio querer transformar el mundo. Generalmente, los artistas que lo han intentado o lo han hecho en detrimento de su propio arte o casi han pasado inadvertidos.
En fin, un saludo, ¡y a seguir creando!
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