domingo, 9 de octubre de 2011

Hambre (¿y empacho?) de Jobs


Steve Jobs ha muerto. Y desde hace días no consigo escabullirme de esa nube de consternación y desconsuelo que se ha formado en torno a su figura. Los medios de comunicación no dejan de inundarnos con informaciones acerca de su biografía (cómo fue su infancia, qué le inspiraba, por qué se vestía de tal modo, cómo forjó un imperio, lo perdió y lo volvió a conquistar…) mientras que las redes sociales distribuyen miles de comentarios por segundo sobre su persona a lo largo y ancho de todo el mundo civilizado. Veo alrededor a cantidad de gente sensible, culta e inteligente afectada y no puedo evitar preguntarme: ¿por qué yo no me conmuevo? ¿Por qué no siento su pérdida como mía?

¿Me he vuelto insensible? ¿Es por no haber tenido un mac, un iphone, un ipad?

Steve Jobs era un genio en su campo. Dotó de realidad a lo que otros simplemente imaginaron. Cómo negar que su aportación en la evolución del ordenador personal, la creación del ‘mouse’ o aplicaciones como la pantalla táctil (entre las más de 300 patentes que llegó a registrar) han transformado nuestra cotidianeidad. Pero, sobre todo, Jobs fue un genio del marketing. Un tipo capaz de mantener en ascuas a millones de amantes de lo ‘último’, de dejar horas y horas a un montón de japoneses estampados contra un cristal esperando a que abrieran la tienda.

Pero, más allá de una serie de innovaciones tecnológicas deliciosamente empaquetadas, sigo sin descubrir qué nuevos caminos abrió Jobs a la raza humana. A cuántos de sus congéneres salvó de la zozobra. Qué preguntas trascendentales trató de responder. Cuántos audaces interrogantes dejó planteados. No, por mucho que me esfuerzo no veo en él a un Leonardo o un Einstein, puede que ni siquiera a un Edison, en todo caso un Bill Gates con más clase, a un Zuckerberg con más talento, un rey Midas, en definitiva, de los tiempos modernos, un gran héroe post.

Si tuviera una tienda de móviles, supongo que lo admiraría. Si tuviera un blog de tecnología lo admiraría. Si quisiera entrar en la lista Forbes lo admiraría. Incluso si fuera un simple autónomo lo admiraría. Qué demonios, no soy un geek, ni un nerd (y no sé si entiendo aún muy bien qué carajo sea un gadget) y no puedo evitar caer rendido ante lo que un solo hombre ha sido capaz de construir partiendo prácticamente desde cero. Pero, ya está.

Steve Jobs ha muerto y no consigo ver en el inventor, en el mago de las finanzas, en el maestro de la mercadotecnia, en la encarnación del sueño global/americano, en el para algunos verdadero "padre de mi generación", al genio redentor que a cada paso me encuentro reflejado. Mi dolor se dirige al hombre que murió joven después de luchar siete años con la muerte, a aquel de pensar sereno que ofreció una lección de vida en la célebre conferencia de Stanford y que ha dejado huérfanos a tantas millones de personas hambrientas. ¿De qué? Él lo supo.

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