En los últimos días la extraordinaria revista malagueña Litoral ha sacado a la luz un bello número que, dedicado a las caligrafías, recoge testimonios escritos en forma de epístola de brillantes cultivadores del arte, las ciencias y las letras. Juan Cruz destacaba esta semana en su blog de entre todo el material recopilado, una carta que el por entonces recientemente laureado con el Nobel de Literatura Albert Camus, le enviaba a su maestro de primaria, el Señor Germain, en la que, con una desarmadora sencillez le agradecía “lo que usted ha sido y sigue siendo para mí”, y le confesaba que “sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.”
Posiblemente esta carta, que merecería aparecer en el frontispicio de cualquier colegio, nos diga mucho más de Camus que todos los sesudos ensayos que sobre su figura se publiquen este año con motivo del 50º aniversario de su muerte y es fácil imaginarse qué extraordinario torrente de emoción traspasaría el cuerpo del viejo profesor al leer el testimonio del honorable discípulo.
Algo parecido debió sentir el maestro de uno de los más grandes hombres de la América Mayúscula cuando a principios de 1824 pudo leer:
“Ud. Maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa.”
Cómo no suponer que los ojos de Simón Rodríguez se desbordaron de lágrimas, que aquel anciano venerable y universal que Uslar Pietri nos retrató sabiamente en La Isla de Robinsón, al ver de nuevo de puño y letra la grafía de aquel niño llamado Simón que, ya convertido en Libertador, lo invitaba de nuevo al encuentro “de los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colombia”, por fuerza debió sentir un estremecimiento profundo.
Qué lección de vida la de estos hombres que mantuvieron viva la llama del recuerdo hacia quienes les iniciaron en la senda de la virtud y del conocimiento. Qué lección de humanidad para una Europa que no se atreve a dar el salto definitivo que la aleje de su condición de eterna promesa para un mundo en ruinas; para una América que doscientos años después de su emancipación formal mantiene las venas abiertas ante el saqueo propio y ajeno y tiene que ver cómo el nombre de quienes con mayor fe creyeron en su porvenir, es paseado por el florido barro de la demagogia.
Nobleza obliga. Gracias.
2 comentarios:
Hablando de agradecimientos - en este tan interesante y aleccionador texto -deseo agradecer la aparición de Mi Siglo en la lista de blogs que en esta página se ofrece.
De verdad, muchas gracias.
JJP
Estimado señor Perlado. Desde luego el mero hecho de haberse dejado caer por aquí para darme las gracias ya es prueba más que suficiente para demostrar que, además de un tipo extraordinariamente sensible e inteligente (como puede comprobar cualquiera que se asome a su blog) es usted un hombre generoso.
Su comentario es todo un regalo. Y "Mi siglo" un motivo de alborozo diario para éste que suscribe.
Mil gracias.
JMM
Publicar un comentario