Hay algo esencialmente perverso en el hecho de acusar a los ecologistas en general, y a los antitaurinos en particular, de ser los responsables de la desaparición del toro bravo en caso de que las corridas sean prohibidas.
Perverso y demagógico (aunque no sé si tanto como situar el debate en el terreno de la libertad, como hace algún pretendido filósofo cegado por sus pasiones) y, por supuesto, irracional, si el factor que se esgrime como propósito de la pervivencia de una determinada especie es el de servir como objeto de tortura pública. El toreo podrá ser un arte para el que lo practica, o para el que es capaz de sentir un verdadero placer al contemplar una ceremonia en la que un animal en inferioridad –de manera muy ceremoniosa, eso sí- es conducido en el 99,99% de las veces, previo ensañamiento, hasta la muerte. Pero, desde luego, no puede ser más que una práctica sangrienta para quienes, por encima de cualquier otra consideración (histórica, artística, económica e incluso conservacionista) no vemos ahí más que un acto de barbarie que, más que al morlaco, es al propio ser humano, como animal dotado de razón, al que humilla. El alto grado de sofisticación de la “fiesta”, el halo trágico con el que pretenden envolverla sus defensores, la perseguida plasticidad de las modernas retransmisiones televisivas no puede ocultar que lo que en una plaza se consuma es un acto de elemental sadismo. Y si desaparece la especie, oiga, que lo haga. Guardemos los genes en un frasco y esperemos a que un hombre futuro más evolucionado pueda permitirse convivir con los toros sin tener que vender entradas para ver cómo lo saetean hasta morir.
Hay algo perverso en escuchar a un actor (o a un político de pueblo) defender la dictadura en Cuba. Sobre todo cuando su conocimiento de la isla se limita al que los prohombres del régimen le han trasladado y él se encuentra a 7.000 kilómetros de distancia viviendo bajo un régimen de libertades del que disfrutar con un buen sueldo garantizado. Esta solidaridad de salón es abracadabrante, pero no resulta menos perverso y maniqueo descubrir cómo algunos se tiran al cuello de todo aquel que justifica los logros (que los hubo) del régimen comunista y se encargan de pintar un retrato de la Cuba anterior a la Revolución como un paraíso en la tierra. La tragedia de la patria de José Martí -aquel que dijo que “la libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada de sangre”- es que nunca ha sido libre. Primero fueron los españoles, después los estadounidenses y ahora Fidel. Y lo más triste de todo es que en estos cuatro últimos siglos probablemente nunca hayan estado mejor. ¿Estoy justificando el actual régimen? No, solo constato que para la mayoría de quienes opinan sobre este asunto, el país caribeño no ha dejado nunca de ser un botín con el que, bien llenar sus alforjas, o bien seguir alimentando una ideología caduca. En el fondo, pocos parecen querer sinceramente una Cuba libre, democrática y, sobre todo, soberana.
Hay algo perverso y nauseabundo en ver al abuelo de Marta del Castillo rebuscando en la maleza los restos de su nieta; en contemplar a la clase política española disputándose un puñado de votos cuando el país se viene abajo; en que los bancos te digan que esto lo sacamos adelante “entre todos”; en que los medios de comunicación terminen reducidos a meros servicios externalizados del poder político .
Claro, que todo lo anterior me puede parecer perverso a mí -pensarán quienes no estén de acuerdo- porque soy catalanista, comunista y liberal, andaluz y, en el fondo, un descreído. Todo a la vez.
Más que perverso, un depravado.
5 comentarios:
Por si no lo has leído:
http://elgrilloblog.blogspot.com/search?q=la+fiesta+nacional
Como siempre, en sintonía. ;)
Recuerdo el artículo. Estuve a punto de dejarte un comentario a propósito pero bueno... En realidad desarrollé un poco más (no sé si mejor) lo que pienso sobre el asunto en otro post (http://apocalipticoseintegrados.blogspot.com/2009/03/reflexiones-de-un-antitaurino-sobre-la.html). Reconozco que he llegado a tal punto de intransigencia en este tema que no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por un debate que niega la mayor (algunos "expertos" han llegado a decir que ¡el animal no sufre!). Creo que no soy sospechoso de pertenecer al Ejército de los 12 monos, así que quiero pensar que mi postura está basntante clara. Por eso, respecto al post al que aludes, estoy de acuerdo especialmente contigo en la respuesta que le hacías al comentario de Ramón, quien realmente te puso en suerte (y te obligó a salir del armario ;).
Sobre los argumentos "ingenuos" de los antitaurinos debo poner una enmienda parcial. Cuando al señalar como recurrente la acusación de que "El gusto por el toreo es una depravación y una barbarie", tú recuerdas que "no es ésa precisamente la imagen que el mundo tiene de Goya, de Picasso, de Lorca, de Orson Welles, de Ernest Hemingway y de tantos otros intelectuales amantes de las corridas de toros."
Yo te pregunto entonces: ¿y? Que fueran genios del arte no impide que pudiesen ser a la vez bárbaros y depravados. De hecho, algunos de los que citas hicieron bastantes méritos para ser intermitentemente una cosa y la otra. Argumentum ad verencudiam se llamaba esto, ¿no?
Un saludo, amigo.
Y así es como un antimemo deshace un entimema. Chapó!
Por cierto, ya que ando por aquí, te advierto de que cuando tu amigo 'Esperando a los bárbaros' vea el párrafo antitaurino, te espera otra soflama antiprogre, jeje. Ya sabes: venceréis, qué duda cabe, etc.
Por lo demás, como casi siempre, estoy de acuerdo contigo.
Un abrazo.
Pues sí, para los progres un carca, y para los carcas un progre. Lo que se dice en tierra de nadie, qué duda cabe.
Saludos, pecador.
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