Posiblemente no haya una corriente que haya influenciado más desde el punto de vista estético y cultural el siglo XX (cabalgando por encima de otras de las que se nutre y a las que en ocasiones fagocita, desde el psicoanálisis al existencialismo) que el arte pop, el arte popular, un arte crecido al socaire, directamente influenciado y básicamente dirigido a las masas. Su influencia sobre la artes plásticas, el cine y el campo del diseño en general fue poderoso, pero se dejó sentir de manera más marcada si cabe (y de un modo multitudinario) en la música.
Si un grupo recordarán los siglos como característico de un estilo y de una centuria ése es The Beatles, y si hay un álbum dentro de su discografía que se pueda considerar como inequívocamente icónico por lo que supone también de compendio de experimentaciones gracias en parte a las nuevas posibilidades técnicas derivadas de la grabación en estudio (por parte de un grupo que había descubierto hacía tiempo su imposibilidad de actuar en público) es el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band.
Tal vez la celebridad que ha alcanzado su cubierta, engrandecida con el paso de los años y elevada a símbolo de todo un movimiento, haya empequeñecido (o empañado, al menos) la altura musical de un trabajo que representa la esencia de la obra de los de Liverpool en un momento de agónica madurez creativa. Agónica, porque aquellos jóvenes iconoclastas que habían incendiado Hamburgo cuando el grupo era otro (ni siquiera estaba constituido como el futuro recordará), y el sonido era distinto, y la estética estaba (sobre todo en el caso de John) mucho más cerca de Elvis que de Ravi Shankar, ya habían empezado a descender cada vez más velozmente por el cuello de cisne que les llevaría a su traumática (para el resto, especialmente) disolución pocos años más tarde. Todo: ascenso, cenit y despedida en apenas una década condenada a permanecer unida de un modo indisoluble a la trayectoria de la banda más justamente aclamada de todos los tiempos.
Hablamos de un movimiento -el pop- como representantede un siglo; de un grupo -Los Beatles- como exponente máximo de un arte; de un disco como bandera de un grupo -el Sgt. Pepper´s-. Pero aún podemos dar un paso más y quedarnos con una canción como emblema de todas las categorías anteriores. Me refiero a "A day in the life..." Podría aventurarme a dar mis propios motivos, pero ya lo hace demasiado bien José Luis Pardo en Esto no es música. Introducción al malestar de la cultura de masas como para asumir personalmente el reto. En este breve pasaje que recojo de este fantástico trabajo del año 2007 en el que se nos cuenta cómo va floreciendo la canción, se insinúan algunas de las causas a las que aludo y que él mismo desmenuza con detalle con gran perspicacia en su estudio:
“En la primera toma the In the life of… no solamente faltaba el fragmento de Paul, sino que nadie tenía la menor idea de qué podría “pegar” aquellas dos partes a todas luces inconmensurables. Como recurso para no interrumpir la sesión, Mal Evans (inseparable asistente de estudio de Los Beatles) contaba en voz alta, del uno al veinticuatro, los compases que separaban la parte-Lennon de la parte-McCartney; para avisar a este último de manera que estuviera prevenido para su entrada, Evans hacía sonar la alarma de un reloj-despertador. Aunque no hubiera existido forma humana de quitar el timbre de la grabación definitiva, tampoco hubo que hacerlo, porque la parte de Paul empezaba justamente diciendo “Me despertaré, me tiré de la cama…” En otras cinco tomas, más las remezclas del día siguiente quedó fijada la forma completa de la canción, a falta de los veinticuatro compases perdidos. También fue McCartney quien añadió la línea de la letra (I´d love to turn you on…) que les costaría la prohibición de emisión en la BBC por considerarla una invitación al consumo de drogas. (…) En efecto, Paul se había levantado una mañana, como siempre, con prisas, había bajado a la cocina con el tiempo justo para tomar un café y darse cuenta de que llegaba tarde al instituto, había cogido al vuelo el abrigo y había subido al segundo piso del autobús para dar una calada a un cigarrillo…, entonces, alguien (¿John?) había dicho una palabra, y había comenzado un sueño que duró hasta ese día de enero de 1967 en el cual John había dicho otra palabra: que un día las noticias hablarían de los Beatles, y serían tristes, que el sueño no podía durar siempre”.Si todo lo anterior careciese de peso y, servidor, y lo que es infinitamente más grave, José Luis Pardo hubiéramos perdido toda perspectiva aún quedarían versos, sí, he dicho bien, versos, en el poema que sirve de base a la canción que justificarían -esto ya es una opinión que solo caba atribuir al majadero que firma allí arriba, al lado del perro- por sí solos una vida. Poco importa qué improvisado y absurdo azar los hayan traído a nuestra orilla. Así la última estrofa, auténtico milagro de la poesía occidental de la segunda mitad del siglo XX.
I read the news today oh, boy,
four thousand holes in Blackburn, Lancashire.
And though the holes were rather small
they had to count them all:
now they know how many holes it takes to fill the Albert Hall.
I'd love to turn you on.
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