viernes, 13 de julio de 2012

Yo, asesor de Rajoy

La niña de Rajoy dándole unos consejos al oído a Joeseph Goebbels. Bueno, en realidad ella es Helga Goebbels abrazando a su padre, pero la referencia es así como un juego metafórico, no sé si se entiende. Que tampoco estoy llamando nazi a nadie. Bueno, a Goebbels sí, claro.

Si yo fuera asesor de Rajoy, ya saben, uno de esos niños bien con el pelito tirando a largo pero que, pese a no echarse ya nada, nunca se despeinan (supongo que por haber recibido una carga genética de gominas innúmeras), prepararía la siguiente estrategia. Vaya por delante que no es muy original: el día que tengo que aprobar en el Parlamento el paquete de recortes sociales más drástico desde abril del 39 ordenaría a una de mis jóvenes diputadas que desempeñara un papel corto y kamikaze destinado a permanecer en la retina del espectador convirtiéndose en el blanco de todas las furias. Ayer no te conocía, tú, Andrea Fabra, pero procura que no te encuentre en mi camino porque primero te voy a, y luego a, y cuando ya... Entienden, ¿no? En un primer momento, esto es fundamental, casi nadie repararía en el anzuelo, que no sería más que un hilillo de blanca plastilina esperando que el neowoodward de turno (probablemente un becario) reparara en él. Así, con todo milimétricamente preparado con audio y vídeo propios de un verdadero fake, pasadas unas pocas horas -benditas redes sociales- casi no se hablaría de otra cosa y millones de personas cabreadas dirigirían su odio ya no hacia los auténticos responsables de su miseria, sino hacia ese pececillo rubio, lacio, remilgado y odioso: la carnaza perfecta.

El palo y la zanahoria, mireuhsté. Después, esperaría a que la "presión" se convirtiera en "insoportable" y "obligaría" a mi diputada a "dimitir" mandándola a un destino exótico apartada de la primera línea de la política, pero donde -a grandes sacrificios, grandes recompensas- pudiera cobrar bastante más el tiempo suficiente antes de hacerla volver, no sé, para presentarse como alcaldesa de Valencia o así.

El vociferante pueblo tendría entonces su cabeza en la mano y seguiría cabreado, mucho, muchísimo, pero menos. Creería que habría ganado algo. Que puede.

Lo que se dice un primero de Goebbels. Un quinto de Marhuenda, para que nos entendamos.


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