Que Bruselas haya terminado por expedientar a España por la degradación de las Tablas de Daimiel; que una de las 14 joyas de la naturaleza española catalogadas como Parque Nacional sea un inmenso secarral; que durante más de cincuenta años -desde que Franco abrió el grifo en 1956 hasta que José Bono, desde la presidencia de Castilla-La Mancha, apostara por una nefasta política de regadíos- se hayan creado miles de pozos, legales o ilegales, de hasta más de cien metros de profundidad; que de las 1.600 hectáreas encharcables de la laguna sólo cinco estén hoy inundadas, al tiempo que se autogeneran de modo incesante incendios subterráneos ocasionados por la oxidación de la turba acumulada durante miles de años, que le dan al terreno un aire muy similar al que Cormac McCarthy describía en La carretera después de que se hubiese producido una hecatombe nuclear; que uno de los refugios de aves acuáticas más importantes de Europa haya alcanzado un punto que muchos consideran ya de no retorno.
Que esto haya sucedido cuando se viene avisando desde hace lustros de la gravedad del problema (no se dejen engañar por esos greñosos ecologistas), no importa. Gürtel, Troya, Astapa, Arcos, Alexía, Faisán, Mercasevilla, Viajes, Malaya, Poniente. Éstas son las palabras que marcan la pauta informativa. La munición con la que la clase política española, representada por sus dos grandes partidos, está librando la más estéril y maniquea batalla que una sociedad, avanzada pueda permitirse.
El sexo de la ministra de Economía, la apertura de un debate, como el del aborto, que creíamos cerrado hace 25 años, quién va a presidir tal o cual entidad bancaria o quién se va a fusionar con quién, qué van a cobrar los directivos de las grandes empresas (como si fuera relevante que perciban mil o diez mil veces más de sueldo que la mayoría de los comunes mortales)... Cuando pensábamos que uno de nuestros males era la imponente presencia del fútbol y otros deportes en nuestro día a día, descubrimos que los debates sobre el sistema de juego de Pellegrini, la estrechez del banquillo del Barça, o la recuperación de Nadal son, junto a los contenidos del último ‘Sálvame’, temas mucho más interesantes y sesudos que los que acaparan los titulares informativos de la prensa seria.
En un país en el que ya casi nadie se sonroja, en el que el decoro, la educación, el respeto y la vergüenza, han pasado de encarnar las mejillas de los ciudadanos a cotizar en rojo en el parqué de los valores humanos, temas como la destrucción de nuestro patrimonio natural carecen de importancia. El fuego subterráneo de Las Tablas es la metáfora precisa que describe la realidad política y social de nuestros días. Al fin y al cabo, lo que vemos en superficie, esas fumarolas que se escapan por las oquedades del paisaje yermo, no simbolizan más que el humo y las cenizas que nos impiden ver las brasas que a fuego lento, alimentadas por el oxígeno de la más indisimulada mendacidad, nos están consumiendo.
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