lunes, 16 de marzo de 2009

El post que nunca he escrito

El post que nunca he escrito comenzó a gestarse hace algunos meses, después de leer la emocionada despedida que Fernando Sánchez Dragó le tributó en El Mundo a su gato Soseki, aquel encantador y rebelde minino -rasgos que son comunes a todos los de su especie- que en más de una ocasión vimos subírsele literalmente a las barbas a su dueño cuando éste cometió la temeridad de llevarlo a los ‘diarios de la noche’ que por un tiempo el escritor presentó en Telemadrid. Y continuó hace unos días al leer el sentido homenaje que el bloguero Alfredo de Hoces le rendía a su fiel perro de trece años, ante la perspectiva de que un día, no muy lejano, deba acostumbrarse a su aterradora ausencia.

El post que nunca he escrito, está atravesado también por la lectura de un artículo, salido de la pluma de George Steiner y compilado precisamente en un volumen llamado Los libros que nunca he escrito. En el mismo, el gran profesor, al reflexionar sobre la relación entre “hombre” y “bestia”, reconoce su amor por los animales, a los que en apenas unas páginas dedica un verdadero monumento intelectual de tintes autobiográficos con el que quizá el más completo humanista de nuestro tiempo se sitúa ante el abismo de integrarse en el círculo de aquellos que, bien por un “defecto emocional” o por “inmadurez” psicológica -y sin negar la dosis de sentimentalismo y autocomplacencia que tal actitud comporta-, aman más a sus mascotas que a los seres humanos, al menos que a la mayoría de estos.

El post que nunca fui capaz de escribir, empezó a incubarse, si lo pienso bien, mucho antes, sin duda que de modo inconsciente hace años, tal vez de niño, cuando la atracción y el temor hacia los perros se confundían en mi ánimo. Pero, de manera decisiva, vívida, irrenunciable, cuando conocí a Mari Carmen y, con ella, a nuestro Kurt. Hasta ese momento, yo era de los que pensaba orgullosamente con Sartre que el que quería a los animales lo hacía en contra de las personas. Hoy quizá también esté de acuerdo con esta máxima, con la diferencia de que, ahora puedo decirlo, no me importa en absoluto.

El caso es que todo este desbarajuste racional y emocional que ha marcado mi relación con los animales, me impidió escribir hace justo un año el homenaje que Kurt habría merecido. Me hubiese gustado contar entonces el modo en que su pérdida estrechó las paredes de nuestra casa de un modo asfixiante; cómo de insoportable era el silencio que de pronto lo invadía todo y cuán dignos de conmiseración éramos -cuando, pasadas unas semanas, nos habituamos a la nueva situación-, quienes al regresar de la calle podíamos abrir la puerta sin el temor de que él se escapara.

En todo este tiempo dibujé mil veces en mi cabeza su epitafio; deletreé hasta la extenuación la leyenda con la que, divertidos, en casa lo llamábamos: “ladrador y mordedor”; observé su fotografía en la espera de que fuese capaz de transmitirme el coraje necesario. Pero, siempre tenía que abandonar mi empresa. Las palabras no llegaban a formarse cuando habían vuelto a sumirse en el magma de mis pensamientos.

Un año después, y aunque Junior y Sierra, dos tiernos cachorros que han vuelto a llenar de alegría (y de pelusas) la casa, han ocupado el espacio físico que Kurt habitaba, he aprendido que nada llenará su vacío.

Quién sabe, quizá algún día pueda hablarles de ello. A lo mejor, más adelante, seré capaz de escribir ese maldito post.

[artículo recomendado por soitu]

martes, 10 de marzo de 2009

Reflexiones de un antitaurino sobre la medalla al mérito en las Bellas Artes

La éstética del toreo, la más elevada y grácil de las Bellas Artes
No me gustan los toros. Rectifico, la “fiesta” de los toros. Ésa en la que se los mata. Que es “fiesta” sólo para quienes no son toros y pagan por ver cómo éstos son hostigados, y asesinados, previo ensañamiento, públicamente.

A quienes consideran el toreo el último gran espectáculo trágico les diría: lean a Esquilo. No encontrarán nada en él que se asemeje a lo que sucede en un coso taurino, mientras un hombre a caballo acribilla a un morlaco, otro toma impulso para clavarle dos afilados aguijones y un tercero, el presunto Áyax de esta obra, se recrea con el animal hasta que, una vez exhausto éste, le clava su espada, y el puñal si es necesario, cuantas veces haga falta, hasta que, cumpliendo un protocolo casi invariable, muere entre los vítores o los gestos de desaprobación (si el encono se ha prolongado más allá de lo estrictamente oportuno) de la concurrencia.
Es verdad, en ocasiones es el torero el que muere. Cómo negar que, pese a que sus probabilidades de dejarse la vida en la plaza son escasas, corre un gran riesgo, al menos mayor que el que en ese momento ha decido consagrar su tiempo a introducir la maqueta de un velero por el cuello de una botella. Pero, no se expone menos el piloto de Fórmula 1, el gruísta, el domador de leones, el limpiador de ventanas, y a nadie se le ocurre llamarlos artistas, por mucho ‘arte’ que se den al desempeñar su trabajo.

No, pero el toreo tiene una estética, una plasticidad, una belleza…, dicen sus apologistas. Puro rito. El momento en el que al torero le ponen el traje de luces, el beso a la estampita de la Virgen del Perpetuo Socorro –que es muy milagrosa-, el marcial paseíllo, la música de la banda, el brindis, el capote, la muleta, la montera, ole. Y ya no digamos la sagrada ceremonia que preside los actos de quienes asisten desde el graderío a la corrida. Ese vestirse bien, como de persona que va a los toros, esa capacha con buen vino del terreno, su embutido, su tortillita, su buen puro, el pañuelo recién lavado y planchado dispuesto en el bolsillo, ole, ole y ole. Ah, el público de los toros, el auténtico detentador de las esencias del Arte, el verdarero receptáculo del sagrado pathos que constituye la esencia de la “fiesta”. Un público compuesto de hombres y mujeres, de niños, sin complejos, que saben apreciar la casta, la bravura, la verdad frente a la pusilánime mansedumbre de los representantes de lo políticamente correcto. Gente con una sensibilidad auténtica, que no se achanta ante la visión de la sangre y que, más que aquellos que tratan de acabar con la “fiesta” y hasta se atreven a manifestarse a la puerta de las plazas –como si ellos fueran unos bárbaros o algo así- portando carteles blasfemos y profiriendo soflamas pueriles, saben apreciar de verdad la grandeza del animal al que se va a sacrificar sobre el altar del Arte. Estos son los verdaderos defensores de los animales. Los defensores del Arte.

Sin embargo, todavía hay quienes pensamos, vaya por Dios, que el toreo no es un arte, o al menos no uno mayor que la caza o la pesca o, por referirme a actividades menos sangrientas, el punto de cruz o bailar el trompo. Uno, que ha escuchado contar a algunas personas lo emocionante que fue la última matanza (por la del cerdo en este caso) a la que asistieron ha llegado a la conclusión de que la sensibilidad de la gente es muy particular. De ahí que no basta con que algunos llamen Arte a algo para que lo sea, desde la obra de los hermanos Chapman a un pase dado por un tipo que hace desfilar al toro bajo su tela entre cabriolas, como si le acabara de dar un ataque epiléptico.

Sin embargo, para los aficionados de este espectáculo que para vergüenza de algunos es considerado como símbolo de la nación española, el toreo es más todavía: es una Bella Arte. Y quienes alcanzan el mayor grado de perfección en el oficio pueden por tanto ser considerados camaradas de Bernini, Tiziano, Mozart, o Baudelaire.

Por eso, no salgo de mi asombro cuando observo que en estos días en que el mundo del toreo (y de manera extensa la sociedad en su conjunto merced al seguidismo acrítico de la mayor parte de nuestros medios de comunicación) está viviendo una intensa polémica por la concesión de la medalla de oro en las Bellas Artes a uno de los matadores (nunca un nombre de oficio fue mejor puesto) más célebres del país (la popularidad forma parte también del “ambiente” del toreo, a diferencia de lo que ocurre en disciplinas “hermanas” como la arquitectura, la escultura o la fotografía, cuyos máximos representantes suelen ser bastante desconocidos para el gran público), digo que no puedo contener mi estupor ante el hecho de que muy pocos hayan reparado en lo chocante que resulta que se debata sobre los méritos del premiado sin cuestionar el hecho mismo de que un torero, sea de la escuela que sea e incluso aunque, cosa a veces inverosímil, haya terminado la antigua EGB, pueda ser considerado un artista mientras que el carnicero de mi barrio, que es un Aquiles cortando chuletas, no.

Servidor, que de Estética siempre andó algo cortito, a pesar de haber metido su hocico en las “lecciones” que sobre el asunto dictó Hegel y haber pegado sus grandes orejas de burro a las palabras del maestro Schiller, sigue viendo (y los cuatro que siguen han recibido la misma medalla que es centro de la polémica) arte en Paco de Lucía pero sólo habilidad en una verónica; belleza en la danza de Tamara Rojo pero nada más que gimnasia en un pase de pecho; maestría en la mirada de Bertolucci pero únicamente destreza en clavar dos banderillas; lo sublime en la voz de Cecilia Bartoli, pero sólo puntería, y valentía claro –pero también la hay en el pescador, el minero o el equilibrista- en la suerte de matar.

La cuestión, por tanto, no debería ser si José Tomás o Fran Rivera, Morante de la Puebla o el Niño de la Cubitera, sino si toros sí o toros no. Pues qué han creado los anteriores, qué mundos han soñado, a qué abismos de la imaginación han bajado para después cantarlos. Pero, está visto que pese al importante rechazo que la fiesta nacional suscita, este debate no está aún maduro. Quizá sea más fácil hacerlo el día en que uno de los dos principales partidos políticos del país, y saben a cuál me refiero, abandone su habitual hipocresía -que hace que algunos de sus dirigentes condenen en privado lo que se muestran incapaces de avalar con los hechos cuando llegan al poder-, y en vez de poner a todo un Ministerio de Cultura a rendir honores a quienes han hecho grandes fortunas trabajando como matachines, rechace de plano (en el país en el que darle un cachete a un niño es un delito) la obscena escenificación de la tortura animal que suponen los festejos taurinos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Mujeres protagonistas en el cine: una selección heterodoxa


Mujeres fuertes, sofisticadas, vulnerables, aventureras, resignadas. Mujeres fatales, inteligentes, transgresoras, sumisas, legendarias. Mujeres sencillas, elegantes, frías, protectoras, obstinadas. Mujeres capaces de superar barreras, defensoras de la igualdad, orgullosas de su diferencia, mujeres, en definitiva, a las que poder reivindicar también a través de los papeles que el cine, desde una óptica, es verdad, mayoritariamente masculina al otro lado de la cámara, a través de la historia les ha reservado. Me he permitido escoger diez películas sin más principio rector que el de recoger parte del universo femenino visto a través de la mirada de un hombre, servidor, que de algún modo pretende rendir un pequeño tributo a la capacidad de la mujer –la de ficción y la real- para sobreponerse a las contracorrientes de los tiempos. La lista, repito -en la que la numeración no presupone ningún tipo de jerarquía-, es por tanto abiertamente heterodoxa, fruto de mis preferencias cinéfilas. Así, puede que existan innumerables que reúnan más méritos que las aquí presentes pero creo modestamente que ver cualquiera de éstas puede ser también, por qué no, una manera de celebrar este día.

1) 'La loba': En cualquier lista que se precie acerca de la relación entre cine y mujer, debe figurar alguna película en cuyo reparto aparezca una de las actrices más auténticas en la historia de Hollywood. A Bette Davis le tocó en suerte el no ser una mujer de una belleza fastuosa, como la de Rita Hayworth o Ava Gardner, lo que le permitió encarnar personajes de mucha mayor complejidad que los que generalmente le caían en suerte a las estrellas del momento. Así, la Davies se convirtió en lo que se suele decir una gran drama de la interpretación que dio vida a personajes inolvidables en películas como La extraña pasajera, Jezabel, Eva al desnudo o en su última época, la inquietante Qué fue de Baby Jane, precisamente librando un asombroso duelo interpretativo con Joan Crawford. Quedarse con un solo papel de su carrera es poco menos que imposible, pero no destacar el modo en el que se mete en la piel de la perversa y avariciosa Regina Giddens de La loba sería imperdonable. Más allá de los méritos que la película amalgama, que son muchos, desde el guión de Lillian Helmann hasta la fotografía de Gregg Toland (Ciudadano Kane), la película nos descubre a un personaje femenino capaz de encarnar toda la mala baba que hasta entonces le era reservada a los hombres. Incomprensiblemente La Loba no obtuvo ninguna estatuilla. A pesar de todo, tras acabar el tortusoso rodaje del filme dirigido por el gran William Wyler, Bette Davis fue nombrada primera presidenta mujer de la Academia en los 44 años de existencia de la misma.

2) 'La costilla de Adán': Cuentan que Katharine Hepburn transmitía todavía más en su vida real, la imagen de autonomía que caracterizó a muchos de los personajes que interpretó en la gran pantalla. Basta recordar filmes absolutamente imprescindibles como La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia o, ya en su etapa de madurez, La reina de África o Adivina quién viene a cenar esta noche, para darse cuenta de la verdad que la Hepburn sabía transmitirle a cada uno de sus personajes. Pero, dentro de la relación entre cine y mujer que es el tema que nos ocupa, no podemos dejar a un lado el inolvidable papel que realiza en la extraordinaria La costilla de Adán (del "director de mujeres" George Cukor), en la que interpreta a Amanda Bonner, una abogada feminista que tiene que defender el caso de una mujer que es acusada del intento de asesinato de su infiel marido enfrentándose en la sala a un fiscal que resulta ser el propio sr. Bonner, o lo que es lo mismo, su propio esposo, encarbado por un genial Spencer Tracy.

Vista en la actualidad, la cinta está llena de tópicos que no pueden ocultar un machismo subyacente, pero para una película de 1949 (el voto femenino no se implantó por cierto en Francia solo cinco años antes) la crítica a la doble moral patriarcal y la presencia en pantalla de un personaje femenino fuerte (que conduce y comparte las labores domésticas) como el que interpreta Hepburn, prefiguran el perfil de mujer emancipada que países como España no conocerá, prácticamente hasta finales del pasado siglo.

3) 'Johnny Guitar': Existen nombres propios en la historia del cine imposibles de olvidar: Johnny Logan, el famoso pistolero que ha cambiado su revólver por una guitarra, es uno de ellos. Pero, aún más que el primero se nos queda adherido a la memoria el de la regente de la casa de juegos hacia donde dirige sus pasos. Se llama Vienna y de la mano de Nicholas Ray consiguió algo tan difícil para una mujer como hacerse un hueco protagonista -y no meramente decorativo- en nada menos que todo un 'western'. Claro, que había que ser muy Joan Crawford para encajar en el papel. Pasiones arrebatadas, odios larvados, amores imposibles…, Johnny Guitar es un manual del amor cinematográfico, cuya esencia reside en diálogos como éste:

-Johnny: ¿A cuántos hombres has olvidado?

-Vienna: A tantos como mujeres tú recuerdas.

-Johnny: ¡No te vayas!-Vienna: No me he movido.

-Johnny: Dime algo agradable.

-Vienna: Claro. ¿Qué quieres que te diga?

-Johnny: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.

-Vienna: Te he esperado todos estos años.

-Johnny: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.

-Vienna: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.

-Johnny: Dime que aún me quieres como yo te quiero.

-Vienna: Aún te quiero como tú me quieres.

-Johnny: Gracias (bebe). Muchas gracias.

El propio Almodóvar, extraordinario contador de historias de mujeres, sucumbió al hechizo de la película y del diálogo y pone al personaje de Carmen Maura a doblarlo en un momento de su Mujeres al borde de un ataque de nervios.

4) 'Una jornada particular': Olvídense de la Loren exuberante que puedan tener en mente, la de belleza salvaje y fuego en la mirada, la alegre y despampanante que se convirtió en icono de la belleza latina. Imagínensela ahora más ajada y contenida, cansada y sumisa ama de casa de familia numerosa en la Italia de Mussolini. Si están ubicados, ya podemos hablar de su compañero de reparto, Marcelo Mastroianni, pero no el seductor por excelencia, sino otro bien distinto, un maduro homosexual amargado por el peso de una existencia que no le satisface. Ambos personajes simbolizan de algún modo la Italia que Ettore Scola retrata con la visita de Hitler a Roma en 1938. Mientras tiene lugar el histórico encuentro entre los dos líderes fascistas, los dos protagonistas, intercambiarán sin salir del edificio en el que se desenvuelven sus desmadejadas vidas, secretos, risas y lágrimas. Sofía Loren explora sus recursos dramáticos para bordar un papel de ésos que hacen época, fiel reflejo de un tiempo y de una sociedad (marcial, deshumanizada y machista) que todavía se resiste a desaparecer.

5) 'Vidas rebeldes': es casi imposible no evocar a la persona de carne y hueso, a la actriz tras el personaje, en especial al referirnos a películas como ésta, en la que descubrimos a la Marilyn más auténtica, la más frágil y vulnerable. En definitiva, la más parecida al ser que al parecer cuentan que fue: inseguro y desdichado, obsesionado por agradar a los demás cuando muchas veces no se soportaba a sí mismo. Cuentan que rodar con Marilyn Vidas rebeldes fue un infierno. La última película del gran 'sex symbol' del siglo XX –condición que eclipsó sus más que notables dotes interpretativas- fue un verdadero desastre. La historia que trató de contar John Huston se las traía. Árida, desabrida, estéril como los paisajes desiertos que le sirven de fondo. Además, otro elemento contribuyó a darle ese aire de leyenda propio de las películas consideradas de culto, y es el hecho de que los tres protagonistas Clark Gable, Montgomery Clift y la propia Monroe murieron poco tiempo después de acabada la película. “Choque de trenes psicológicos” es la mejor definición que he encontrado de esta cinta en la que tres personajes en permanente proceso de consumición anudan y desenredan unas pasiones dominadas por el amor, el odio, la desconfianza, el resentimiento...

6) 'Otra mujer': Posiblemente no haya existido un director norteamericano que haya sabido tratar tan prolífica y acertadamente el mundo de las pasiones humanas, las más domésticas, aquellas que marcan la manera en que se relacionan los ciudadanos de las urbes actuales y, de manera concreta, las complejas interacciones entre sexos opuestos. La mujer en la filmografía de Woody Allen ocupa un papel primordial. Hannah y sus hermanas, Annie Hall, la misma Vicky, Cristina, Barcelona sitúan a personajes femeninos en el centro del escenario, pero me quedo con la mirada crepuscular que el director neoyorquino vierte sobre los personajes que interpretan Gena Rowlands, la mujer madura que busca el sosiego necesario para escribir un libro de filosofía, y Mia Farrow, a la que la primera escucha a través de la pared en el apartamento de al lado durante sus sesiones con el psiquiatra, en Otra mujer. El examen que de su propia vida realiza el personaje interpretado por Rowlands a través de las confesiones de su vecina embarazada, nos sumen en una atmósfera de introspección y melancolía que sólo los toques de humor de Allen consiguen deshacer. Un prodigio narrativo articulado a través de un guión que combina sutilmente la palabra hablada con los silencios.

7) 'Solas': Justamente aclamada por crítica y público, Solas, del realizador Benito Zambrano, reúne pese al escaso presupuesto con el que contó y a las dificultades que acompañaron su alumbramiento, méritos más que sobrados para ser considerada una de las mejores películas españolas de la última década. Nos encontramos aquí de una manera incontestable ante una historia de mujeres, de una madre y de una hija y de cómo sus vidas gravitan penosamente alrededor de unos hombres que las hacen sentirse poco más que como trastos inservibles. La relación que establecen, de la distancia sideral al amor filial, los personajes de Ana Fernández y María Galiana (representantes de órbitas opuestas, la urbana y la rural, que finalmente coinciden) se convierte en eje central de una historia de mujeres, sobre mujeres pero dirigida a un público sin distinción de sexo. Conmovedora, honda, tan real como la vida misma pero al mismo tiempo tan capaz de atraparnos como sólo las buenas películas consiguen hacer. Con posterioridad se han ensayado en nuestro cine intentos similares, pero ninguno ha alcanzado el grado de perfección ética y estética que el filme de Zambrano encierra...

8) 'Mi vida sin mí': No sé si existe una manera femenina de hacer cine, como tampoco conozco si existe una mirada propiamente masculina (aunque no me imagino a una mujer dirigiendo Río Bravo). El caso es que la ópera prima de Isabel Coixet, para mí con diferencia su mejor trabajo, es un dechado de sensibilidad a espuertas. Contar los últimos días en la vida de una mujer que sabe que va a morir de cáncer pero que no quiere que sus familiares sepan que va a morir, supone situarse al borde del precipicio narrativo. Hacen falta grandes dosis de talento para pasar la prueba y Coixet, armando un personaje femenino sólidamente anclado en un poso de autenticidad, la supera con nota. Fundamental para lograrlo, una vez trenzado un guión adecuado, la interpretación de la actriz protagonista, Sarah Polley. La madre, esposa y ¿amante?, ha descubierto lo maravilloso que puede llegar a ser vivir cuando tomamos conciencia de que nuestra existencia tiene fecha de caducidad y decide exprimir su vida ocultando al resto del mundo su verdad.
Mi vida sin mí es una película hermosa, sencilla, delicada y triste. Pero, a pesar de todo ello, o por todo ello, imprescindible.

9) 'Persépolis': Persépolis, primero el cómic y después la película que fielmente lo adapta a la gran pantalla es la historia autobiográfica de la iraní Marjane Satrapi, la narración gráfica de cómo creció en un regimen fundamentalista islámico que la acabaría obligando a abandonar su país. La historia empieza a partir de 1979, cuando Marjane tiene diez años y desde su perspectiva infantil es testigo de un cambio social y político que pone fin a más de cincuenta años de reinado del sha de Persia en Irán y da paso a una república islámica. Marjane Strapi que, tras estudiar Bellas Artes en Teherán, y cansada de la censura y de la discriminación de la mujer que tenía que soportar en su país, abandonó su país para instalarse en Francia, se sirve del cómic y más tarde del cine de animación como herramienta para reflejar la irracional involución de su país durante los últimos treinta años. Y es que Persépolis constituye una denuncia del fanatismo religioso y de manera concreta de la represión ejercida por los fundamentalistas contra la mujer iraní. Lo que no impide que un mordaz humor salpique aquí y allá el cómic y la cinta haciendo más digerible la historia y sin que pierda fuerza el mensaje.

10) 'Million dollar baby': “Al nacer pesé un kilo y ochocientos gramos. Mi padre decía que tuve que luchar para venir a este mundo y que tendría que luchar para salir de él”. Estas palabras, proferidas en uno de los momentos determinantes de la película y que mantengo frescas en la memoria tras haber visto la cinta hace sólo unas horas-, define el tono de uno de los personajes femeninos más sugestivos del cine norteamericano reciente, el que interpreta la soberbia Hillary Swank en la que puede ser la película –con permiso de Sin perdón- más redonda de Clint Eastwood. Perseverancia rayana en la obstinación, capacidad de sacrificio, lealtad, inocencia…, describen el alma de Maggie Fitzgerald, una aspirante a boxeadora que, contra toda oposición, y gracias en parte a los buenos consejos de Frankie, su entrenador (interpretado por Eastwood) y del ayudante de éste (el siempre convincente Morgan Freeman) conseguirá llegar a disputar el título de campeona del mundo. Million dollar baby es una historia conmovedora, todo un canto a valores como el coraje, la honestidad o la amistad, que nos habla también de manera subrepticia de las dificultades de muchas mujeres, especialmente las de las clases menos favorecidas, para abrirse camino en terrenos tradicionalmente reservados al varón.
[artículo recomendado por soitu]

viernes, 6 de marzo de 2009

Más Vigalondo que nunca

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Buen provecho:

Un día de furia

La noticia, ya de entrada, es prodigiosa. Hasta me atrevería decir de que de una contundente plasticidad. Un profesor de clásicas de un instituto, harto un día de que las cámaras instaladas en el centro registren cada uno de sus movimientos, en un arrebato de orgullosa dignidad, arranca de cuajo la que está apuntándole mientras imparte su lección y dos más que pilla por ahí cerca y se las lleva consigo, donde no puedan seguir husmeando en vidas ajenas.

Más tarde, denunciado por la directora del centro y acosado por la policía, y dándole al espontáneo gesto la solemnidad de quien ha reflexionado en frío sobre el asunto, decide no devolver el material sustraído ni colaborar con la investigación, pese a que este detalle le pueda ocasionar graves problemas, sin ir más lejos su detención en el propio centro acusado de hurto.

La historia, como digo, sería de por sí extraordinaria, digna de un rebelde, o de un loco justiciero, pero cuenta con un aliciente extra: el hecho de que el protagonista del suceso sea un escritor de éxito. En este caso el ganador del premio Alfaguara de Novela 2007, el murciano Luis Leante.

Cuenta su esposa en declaraciones a La Verdad que esta situación es consecuencia de la “presión psicológica” que sufre su marido desde hace dos años por parte de la directora del instituto alicantino (El Pla) en el que trabaja. Según su relato, ésta le ha tomado ojeriza por ser la cabeza visible de una parte de los profesores que no comparte la forma de gestionar el centro, de tal modo que la instalación sin previo aviso de estas cámaras habría sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia del autor de ‘Mira si yo te querré’.

El propio Leante afirmaba esta pasada noche, después de que el juez de guardia de Alicante lo dejara en libertad con cargos, y tras haber vivido una "experiencia horrible" en los calabozos que compartió "incomunicado con drogadictos con síndrome de abstinencia y esquizofrénicos" que se le habían "cruzado los cables".

Pero, uno quisiera verlo más que como una ofuscación pasajera, como un gesto de cívica rebeldía ante el acoso sistemático que todos los ciudadanos sufrimos por el control brutal que a veces sutil, y otras descaradamente, ejercen sobre nosotros en plena calle, en los aeropuertos, en nuestros puestos de trabajo y, no seamos ingenuos, hasta en nuestra propia casa con que sólo utilicemos el teléfono o accedamos a la red.

Algún mal pensado podría buscar otra explicación. Y es que por estos días se aguarda la salida al mercado de su nueva novela, ‘La luna roja’ y nada calienta más un lanzamiento que un buen escándalo. Desde luego, servidor, que no había prestado hasta ahora atención al autor ya lo tiene entre su lista de futuras lecturas. Faltaría más. Pijo.

lunes, 2 de marzo de 2009

Vidas paralelas: de 'slumdogs' a héroes nacionales

Hay una escena en Slumdog Millionaire (y no revelo nada que no se sepa desde el inicio) en el que Jamal Malik, el joven nacido en los suburbios de Bombay que acaba de hacerse millonario en un concurso televisivo de preguntas y respuestas, es jaleado en diferentes rincones de todo el país por una multitud enfebrecida que celebra el éxito del que ha pasado a convertirse en la representación viva de la esperanza. El chico analfabeto, una rata más perdida entre las cloacas de una de las megalópolis indias, el mendigo huérfano acostumbrado a danzar con la muerte para mantener su estacionariamente miserable existencia, ha triunfado. De golpe y porrazo se ha convertido en un héroe, en un símbolo, en la encarnación del hasta ayer conocido como “sueño americano”, en cuya onírica existencia ha empezado a creer todo el planeta.Hasta aquí la ficción. Pero el destino -un elemento que se torna central en la película- se muestra trágicamente irónico.

Caramelos, guirnaldas y cientos de fotógrafos se agolpan en Mumbai un jueves de febrero. La expectación es máxima. La euforia se desata. De pronto la ficción se ha vuelto real. Y Jamal Malik deja de ser un personaje creado por Vikas Swarup para que Simon Beaufoy escriba un notable guión con el que Danny Boyle, el de Trainspotting, hará una fantástica película. La muchedumbre lo aclama. Pero, ahora es de verdad. El pequeño regresa junto a sus pequeños compañeros de reparto después de que su película haya triunfado en la última gala de los Óscar. Pese a los esfuerzos de la policía por llevárselos en volandas -la misma policía que en la cinta se emplea a fondo contra todo aquel que carezca de defensa, o hace la vista gorda mientras el enésimo conflicto religioso tiñe de sangre las calles-, y librarlos de la multitud, brillantes guirnaldas cubren en unos instantes los cuellos de los sonrientes menores.
Hay que protegerlos de la realidad.

Ésa en la que el niño que interpreta al hermano del protagonista se aloja en una vivienda sin camas con una lona por tejado; en la que a la pequeña heroína le aguardaría un minúsculo hogar situado junto a una vía férrea, en las mismas calles atiborradas de basura. Un lugar, que es la imagen misma del infierno para un ciudadano común en Europa, en el que las alcantarillas están destapadas y disponer de agua corriente es tan improbable como ganar ‘Quién quiere ser millonario’.

Sin embargo, a estos pequeños les ha tocado el premio gordo. Podrían haber sido otros entre cientos de millones de candidatos en un país que está llamado a convertirse en no demasiado tiempo en el más poblado de la tierra. Pero, gracias a que sólo en EE.UU la peli ha recaudado más de cien millones de dólares -una barbaridad si tenemos en cuenta que se trataba de una producción modesta-, podrán disponer de casas nuevas. De ésas en las que el agua fluye como si fuera cosa de magia y no hay que pagar unas rupias por defecar a cubierto de las miradas ajenas, entre cuatro tablas.

Todavía hay quien ha protestado en la India porque la cinta transmite una imagen irreal del país. Y tienen razón. Porque la película, extraordinaria por momentos, aunque a mi juicio sobrevalorada por la crítica, procura en lo posible endulzar cada uno de los momentos dramáticos con un terrón de optimismo por antídoto. Este bollywoodiense recurso supone sin duda un alivio para el espectador, que bastante tiene con haberse dejado los 7€ de la entrada, y al que una sobredosis de drama podría terminar por proyectarlo de la butaca, rompiéndose los cuernos de la mala conciencia contra el techo de la sala, pero encubre de algún modo la percepción final que sobre la India puede quedar.

El Arte, en todo caso, es libre.
 
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