viernes, 29 de mayo de 2009

6 jóvenes, 6 miradas

[Fuente: EL AVANCE. Montaje: Alicia Pérez]

No siepre resulta fácil obtener una visión mínimamente amplia de las nuevas propuestas expresivas que, en este caso, la pintura en nuestra comarca de la Axarquía está fraguando en los talleres de los artistas más recientes.

En este sentido, muestras como la que por estos días puede contemplarse en la galería María Soto de Torre del Mar (Málaga) -valiente empresa que ha sabido convertirse en referencia del arte local- son una buena oportunidad para contemplar qué senderos recorren nuestros artistas en esta época de libertad, eclecticismo e incluso -no es el caso que nos ocupa-, tomadura de pelo.

“Entrelíneas”, expo que recoge hasta el 16 de junio una selección de trabajos de seis jóvenes originarios o formados en la provincia de Málaga, nos permite disfrutar de una heterogénea compilación de obras a cargo de seis artistas (Paula Castelruiz, Alberto Tarsicio, Francisco Villalobos, Javier Rueda, Román Cortés y María Corbalán), que ponen de manifiesto en un mismo lugar, otras tantas concepciones del arte.

Abstracción y realismo, clasicismo y vanguardia, paisajes y retratos, escenas vagamente oníricas y retratos del horror, sin olvidar la sugerente instalación que recibe a quien visita la sala, condensan la propuesta artística de quienes, agrupados en torno un colectivo -la asociación literaria Historias de la calle Kúspide, de la que deberíamos hablar en otra ocasión- desde luego se encuentran muy alejados de representar ningún tipo de grupo o movimiento o, lo que es lo mismo, de dejarse encerrar por los límites concretos y precisos de determinada propuesta estética.

Esto permite de paso alejar el peligro que llevan aparejadas a veces las muestras colectivas, el hecho de que el bosque de propuestas diversas colocadas unas junto a otras nos impida quedarnos con lo que de singular tiene cada uno de los participantes. Así, dentro de esta invitación a que consideremos la obra de cada artista por separado, me van a permitir que me quede con las propuestas, radicalmente alejadas entre ellas, de Alberto Tarsicio y Román Cortés.

Indeciso a la hora de apostar por un estilo concreto, pero heredero del mejor Francisco Hernández realista, el primero; deudor del informalismo y marcado también por su relación con el arte digital, el segundo; estos artistas muestran una autenticidad que es muy de agradecer. En sus manos está el afianzar el potencial que ya demuestran.

[Publicado en EL AVANCE, Vélez-Málaga, núm. 431, del 29 de mayo al 4 de junio]

lunes, 25 de mayo de 2009

Tocqueville en Vélez-Málaga

Hace unos meses, con motivo de los actos y fastos que están acompañando la celebración del 30º aniversario de las corporaciones democráticas en España, llegó a mi poder un manifiesto emitido por el Ayuntamiento de Vélez-Málaga, que me produjo una gran sorpresa. En el escrito, de un estilo ceremonioso y oficial, se reconocía el trabajo de todos aquellos que en el páramo patrio de finales de los 70 erigieron de la nada unas instituciones, los ayuntamientos democráticos, sin los que nuestra vida no sería ni parecida a la que es actualmente. Pero, más allá del, por otro lado, previsible mensaje que encerraba el discurso, me sorprendió la alusión final a Tocqueville con la que se ponía el punto y final al texto.

Todavía hoy no consigo explicarme por qué me llamó tanto la atención la referencia. Alexis de Tocqueville, ciertamente, como se insinuaba, fue un enorme valedor de los poderes locales -aunque él apuntaba a la sociedad civil más que a la clase política-, en un tiempo en el que la democracia, desde luego en una forma muy diferente a la que fecunda hoy nuestro suelo, sólo se había asentado en EE.UU e Inglaterra y, de manera intermitente, en Francia. Pero, quizá el hecho de que no descubriera entre los presentes en el acto a nadie que me diera el perfil de haber profundizado en la obra del francés lo suficiente como para insertarlo en el escrito, o el que un concejal comunista fuera el que citaba a uno de los grandes padres del liberalismo -hijo de arístocrata y terrateniente él mismo, y por tanto, a un adversario ideológico- me produjo cierta perplejidad. No olvidemos que Tocqueville, quien por cierto nos abandonó hace ahora 150 años, mantuvo durante décadas una especie de “guerra fría” intelectual con Marx, y que fue en parte gracias a este pulso por lo que su obra cayó en el olvido durante la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, acaso la extrañeza viniera de una inquietud más profunda, naciera del hecho de haber tomado conciencia del modo en que Tocqueville está siendo utilizado por quienes más alejados se encuentran de sus postulados. No me refiero a que él fuera un demócrata mientras que otros, amamantados y amamantándose por el sistema actual, no. Sino que, inevitablemente, la democracia igualitarista contra la que él nos previno está cumpliéndose punto por punto.

Claro que el de Cotentin no se manifestó sobre la paridad en las listas electorales, ni sobre el hecho de que se crearan comités, como los de salud revolucionaria, encargados de comprobar, por ejemplo, si las mujeres reciben igual trato que los hombres (sic) en el trabajo. Tampoco pudo pronunciarse sobre la regulación administrativa de hasta los usos y costumbres más nimios (dónde fumar y cómo, dónde sacar al perro y cómo, dónde tirar la basura y cómo) que habría de recibir una sociedad anestesiada, incapaz de pensar por sí misma. Y, mucho menos, pudo sospechar hasta qué punto la política, desde sus propias instituciones, podría dejarse enrrollar por la bandera de la propaganda.

Sobre esto no dijo nada. Pero lo intuyó. Pocos como él descubrieron tan pronto hasta qué punto la obsesión uniformadora podía poner en peligro las libertades de los ciudadanos y cómo corríamos el riesgo todos de dejarnos arropar por un “poder inmenso y tutelar”, que se ocupará de asegurar nuestro placer y de cuidar nuestro destino. Un poder “que no tiraniza en lo más mínimo”, pero que “apaga, atonta y reduce finalmente a cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, de los cuales el Gobierno es el pastor.”

Un poder, añado, al que se rinden servilmente izquierdas y derechas en su lucha universal por hacerse con él.

jueves, 21 de mayo de 2009

¿Debe disolverse la Iglesia?

Todo colectivo, asociación o grupo humano, sobre todo cuando está constituido legalmente como tal, como un todo orgánico que cumple unas funciones y se atiene a unos fines, y lógicamente a unos medios, debe regirse por una especie de código ético. Lo tienen los partidos políticos, aunque ni decir tiene que con frecuencia se lo saltan. Lo tienen los diferentes grupos profesionales en forma de código deontológico. Los periodistas que dicen “antes la muerte que la fuente”, los médicos que no revelarán tampoco los secretos que encierran sus consultas. Bueno, hasta en la cárcel cuentan que tienen sus propios reglamentos internos, no ya los celadores ni guardias, sino los propios presos, que hacen cumplir con todo el rigor en determinados casos y ante determinados delincuentes.

Así las cosas, por qué no habría la Iglesia católica, una de las instituciones más antiguas y veneradas del mundo, de tener su propio código. Y, por qué no habría de contener éste una cláusula que obligara a su disolución en caso de que sus miembros infringieran determinadas cláusulas.

Ojo, estamos hablando de la Iglesia. Quién más que ella habría de guardar estricta observancia de sus preceptos, dando un ejemplo moral con carácter universal en caso de no estar a la altura de unos propósitos que, recordemos, no son de este mundo, y que por lo tanto suponen la mayor prueba del desapego que mantienen respecto de los asuntos terrenales que habrían de observar sus "asociados".

Hasta la Iglesia ha reconocido en fecha reciente que los tiempos han cambiado y que, si bien es cierto que no han depurado sus responsabilidades de forma plena por las tropelías cometidas en el pasado (detalles como la Inquisición y su sospechoso silencio ante las atrocidades nazis, entre otras delicadezas), ni siquiera hoy podrán negar que pasó la época en que podían escurrir tranquilamente el bulto.

Por eso, el que haya salido a la luz que la cúpula de la Iglesia católica irlandesa conocía el abuso al que fueron sometidos los 35.000 niños que entre los años 50 y los 80 se acogieron a sus instituciones, debería ser un motivo más que suficiente para asumir algunas responsabilidades. No se trata solo de pedir perdón y luego irse a rezar diez avemarías. No basta cuando aparece un informe que documenta un catálogo de iniquidades cometidas contra miles de criaturas inocentes y que incluyen el abuso físico, sexual y emocional por parte de funcionarios eclesiásticos que alentaron dichos comportamientos deleznables y protegieron a sus pedófilos para que no fueran detenidos.

Los detalles que revela el caso son espeluznantes. Son verdaderas pinturas negras más próximas a las torturas de Abu Ghraib que a la vida dentro de unas instituciones que deberían ser un ejemplo ético en este mundo de descreídos.

Con qué autoridad pueda la Iglesia pedir nada, exigir nada, adoctrinar nada, criticar nada, cuando la frase “Dejad que los niños se acerquen a mí” se ha convertido en una fórmula sórdida y monstruosa que nos hace pensar inevitablemente en todas las felonías realizadas al amparo o en nombre de un mensaje que ni ellos mismos creen. Qué banalización del mal es ésta que practican los supuestos salvadores de la humanidad, los garantes de la vida eterna.

No, no basta, con pedir perdón ni rezar tres padresnuestros. Lo mejor que puede hacer la Iglesia Católica es agachar humildemente la cabeza, quitarse los zapatos, echarse al camino, hundirse en el mismo magma del que nació y desaparecer para siempre.

viernes, 15 de mayo de 2009

Sine Dolore

En mitad de la sección una mujer entra para preguntar el tiempo qué hará en Menorca para el fin de semana. El motivo de su viaje, añade una vez que el meteorólogo del programa ha satisfecho su interés, es asistir a la celebración de un congreso multidisciplinar contra el dolor, en el que participa su asociación, ‘Sine dolore’.

El breve diálogo entre presentadora y oyente finaliza; el siguiente inquiere ya por el tiempo que hará en Marrakech. “Que sea bueno”, dice, por soleado, pero yo estoy aún aún dándole vueltas a eso de la “asociación contra el dolor”, así que decido teclear s-i-n-e-d-o-l-o-r-e en mi ordenador y en unos segundos ya estoy dentro de la página, leyendo cuáles son sus principios inspiradores: “tratar el dolor, aliviar el sufrimiento: aumentar la calidad de vida”. Se refieren al Dolor, en mayúscula; no el relacionado con una enfermedad determinada ni el derivado de un accidente; no el que sigue a la operación; que disminuye conforme la rehabilitación avanza; que nos atenaza cuando las muelas o los oídos o la cabeza dicen aquí estoy; no el dolor que da vida del parto; ni siquiera el que amenaza con rompernos el corazón ante la pérdida del ser amado. Es el dolor como hecho en sí mismo, autónomo, para siempre el que pretenden combatir este grupo de personas bienintencionadas que me sonríen desde esa foto que tengo ante mí y a la que le falta el marco y el paño de croché debajo.

No puedo evitar preguntarme si éste es el tipo de ejército capaz de plantar cara a enemigo tan poderoso.

Después, descubro un documento llamado “La importancia del dolor”. Podría parecer un fragmento extraído de una crítica a la obra de Kafka, pero es sólo el inicio del manifiesto. “El dolor -leo- es un problema que afecta a todos, sin distinción de profesión o condición social, no respeta a niños, ni ancianos; no discrimina por sexo, raza o credo; no tiene preferencia por el norte o el sur. Es un enemigo astuto, que muchas veces se oculta sin dar la cara y que mina la resistencia física y psíquica de las personas”. Seguidamente, exponen sus exigencias reclamando una mayor atención social ante un problema que sufren “uno de cada cinco adultos en Europa” y que es una de los grandes males que sufren los ciudadanos en las sociedades avanzadas.

Reconozco que me siento un poco abrumado. Por un lado, me mueven a compasión. Qué no habrán pasado. Por otro, el dolor goza de una legendaria fama en Occidente a la que no soy ajeno. Pavese anotó en sus diarios que aceptar el dolor significa “dominar una alquimia para transmutar el fango en oro, la maldición en privilegio”. Desde el dolor visionario al redentor, señala en un fabuloso estudio Enrique Ocaña, el sufrimiento otorga verdad y poder. Pero nuestra época, en la que proliferan los libros de autoayuda y una pseudofilosofía multicultural dicta su ley, está viviendo una gran cruzada contra el dolor en aras de una frenética búsqueda de la felicidad que de momento arroja un penoso saldo.

No es exagerado decir que nuestra resistencia al dolor no ha dejado de menguar o, de manera más prosaica, que cada vez aguantamos menos. En el fondo, tras este temor al sufrimiento se esconde un gozoso sí a la vida, que reniega de la herencia cristiana de tormento y resignación. Al fin y al cabo, por qué habríamos de soportar el dolor en un mundo sin Dios.

Mucho peor que esta progresiva fragilidad es la pareja insensibilidad ante el dolor de los demás, que es pan nuestro de cada día, y que encuentra en la tortura su perversa sublimación. Por eso comparto lo que señala el propio Ocaña cuando anota: “En los surcos labrados sobre un rostro están cifrados cuantos tratados puedan escribirse sobre el dolor humano y divino”.

Ojalá haga buen tiempo en Menorca este fin de semana.

*Este sábado 16 de mayo se celebra en la Sala multifuncional d´Es Mercadal (Menorca) el IV Forum Mediterráneo Multidisciplinar contra el dolor

martes, 12 de mayo de 2009

"Canciones que consiguen que te pueda amar..."





viernes, 8 de mayo de 2009

La hormiga humana

[Imagen: nytimes]

Desde hace décadas, centenares de antropólogos, entomólogos, etólogos, sociobiólogos y otros -ólogos diversos, se han dedicado a estudiar las semejanzas que se producen entre las colonias de hormigas y los grupos humanos. La fascinación que ha despertado la comparación entre el comportamiento de estos himenópteros y el de nuestras sociedades, no ha decaído en los últimos tiempos, sino que más bien se ha visto avivada recientemente por nuevos hallazgos científicos que nos revelan hasta qué punto compartimos genes con estos minúsculos insectos.

A las hormigas se les ha atribuido generalmente capacidad de organización, laboriosidad, inteligencia..., cualidades que compartirían con algunos mamíferos, pero a pesar de todo el caudal de información acumulado, no sabíamos aún hasta qué punto es verdad eso de que las hormigas y los humanos somos prácticamente como primos dentro de la creación.

Era casi un lugar común considerar que las sociedades de insectos eran básicamente estáticas y que sus miembros, por tanto, se comportaban de manera mecánica, como una sociedad planificada al más puro estilo orwelliano, lo que las diferenciaba del carácter creativo que define a nuestra especie. Pero la doctora Anna Dornhaus ha llevado a cabo un estudio en las últimas fechas que pondría en cuarentena esta teoría. Demostrando una paciencia infinita, esta investigadora de la Universidad de Arizona se tomó el trabajo de pintar 1.200 hormigas con diferentes colores. ¿Que cómo lo hizo? Pues, lógicamente, primero las anestesió y después las pintó una por una con un pincel especial de aeromodelismo. No es broma.

Después de marcarlas con diferentes colores, Dornhaus grabó a las hormigas en vídeo durante más de 300 horas y estudió sus movimientos. Pero, oh, sorpresa, lejos de encontrar una hipercoordinada estructura laboral al estilo de las fábricas tayloristas, descubrió que buena parte del hormiguero no se dedicaba a nada productivo. Mientras que algunos miembros de la colonia, los más diligentes, tardaban algunos minutos en realizar sus tareas, como coger un trozo de comida e introducirlo en un agujero; otros, los más lentos, tardaban hasta dos horas en hacer la misma operación. A su vez, otra cantidad en absoluto despreciable del hormiguero se limitaba a no hacer nada en absoluto. ¿Cómo explicar este comportamiento para nosotros tan familiar? Pues en que, según la doctora, algunas colonias pequeñas llegan a depender del trabajo de una o dos hormigas hiperactivas que se echan a la espalda el trabajo común mientras -esto ya es de mi cosecha- las demás se rascan el peciolo.

Se desconoce si el comportamiento de los elementos más ociosos -los llamados “elementos de cuidado”- se debe a algún tipo de estrategia concertada -que por ejemplo estén reservando fuerzas para alguna emergencia, excusa que suelen poner las hormigas de la parte de ‘Cai’-, o como sospechamos, si se trata de unas holgazanas de libro.

Del estudio se pueden extraer algunas interesantes lecturas que van más allá de la evidente superación de la vieja fábula de la cigarra y la hormiga, que como aquel otro cuento infantil, el Génesis creo que se llamaba, ha sido superado por la Ciencia. Pero, la principal es que de entre todas las sociedades a la que más se parece la que forman estos insectos es a la española. Ahora nos lamentamos, pero en un país que ha hecho del “uno trabajando y diez mirando” su lema nacional, no es de extrañar que existan “problemas estructurales”.

Es más fácil hacer como las hormigas y esperar que el Fulano de turno venga a sacarnos las castañas del fuego. Aun a riesgo de terminar extrayendo sólo carbón.

jueves, 7 de mayo de 2009

Acoso a la intimidad

Juan Goytisolo trata en un magnífico artículo publicado en El País la obscena exposición pública que sobre su vida privada hacen muchas personas a través de los medios de comunicación y la favorable repercusión que tales manifestaciones alcanza entre el gran público. También especula acerca de los efectos de este fenómeno entre el gremio de los escritores, aludiendo a cómo han entendido algunos autores el género autobiográfico. El artículo merece ser leído en su integridad, especialmente por contener pasajes como éste:

"Muchas veces he imaginado la que habría caído encima al pobre Cervantes si hubiese vivido en la era mediática tras el éxito popular del Quijote. Le veo acosado por cámaras y grabadoras, espiado en sus menores movimientos por periodistas y retratones, sometido al interrogatorio implacable de los micrófonos: ¿por qué se ausentó de España y prefirió tentar la suerte en Italia? ¿Cuál fue su relación con el cardenal Acquaviva? ¿Cómo vivió Lepanto y qué valoración le merece la figura de don Juan de Austria? ¿Es cierto que la experiencia del cautiverio de Argel marcó de forma decisiva su vida? Y, si es así, ¡explíquelo a los auditores! ¿Trató íntimamente a Hasán Bajá? ¿Considera que su hoja de servicios al Rey fue mal apreciada y peor correspondida? ¿Por qué se le denegó el permiso de embarcarse para la Nueva España? ¿Qué puede decirnos del encarcelamiento por deudas en Sevilla y del hecho de firmar con su segundo apellido Saavedra? Se habla mucho de las amantes de Lope de Vega y nada de las suyas, ¿a qué obedece este secreto? ¿Cuáles fueron las relaciones con su esposa Catalina Salazar, sus hermanas Andrea y Catalina y su sobrina Constanza? El público que le contempla quisiera su versión del oscuro episodio de Valladolid y del asesinato de Gaspar de Ezpeleta junto a la casa llana, en uno de cuyos cuartos se apretujaba usted con su familia. ¿Sabe usted que una profesora norteamericana sostiene que...?"

martes, 5 de mayo de 2009

La política como cosmética

No debe de ser fácil para todo un presidente de la República francesa asumir que da igual lo que diga o haga, que hable del terrorismo o del G-20, de la crisis económica o de la alta tensión. Al final, nadie recordará en poco tiempo qué políticas ha intentado llevar a cabo durante su visita oficial a un país, mientras que el vestuario de su esposa, sus contoneos de casquivana redimida, su sonrisa vitaldent, permanecerán por siempre en la retina de los espectadores.

Es la política en la era de la comunicación, de la globalización, del merchandising, del marketing a escala. Tiempo en el que los gestos son más importantes que las ideas, de máscaras, de fachadas, de entronización de la apariencia.

El rey de España mandando callar a Hugo Chávez; la mujer de Obama pasándole el brazo por la espalda a la reina de Inglaterra; la exmodelo y cantante (sic) italiana hollando las alfombras rojas con sus zapatitos de tacón, recién bajada del avión, en su vestido de domingo, se convierten en momentos estelares de la política, en referencia obligada para millones de personas que engullen sin masticar toda la indigesta manduca que los medios ponen a su alcance.

Nada de particular, por tanto, que haya presidentes que, imbuidos por este espíritu decorativo, reformen gobiernos atendiendo sólo a los aspectos cosméticos de la cuestión, con independencia de la cualificación de los miembros de su ejecutivo, que será en todo caso circunstancial y accesoria, pero en ningún momento un elemento decisivo. ¿Que la economía se hunde? Lo negamos. ¿Que se destruye empleo en caída libre? Miramos para otro lado. Lo importante es que la calle no se altere y meter bajo la alfombra del déficit público todas las pérdidas de un sistema que se desangra.

Zapatero, sin embargo, es lo que podríamos llamar un Max Factor -un maquillador de los maquilladores- de la política pues, pese a su capacidad asombrosa y rompepolígrafos para darle la vuelta a los hechos, se mueve dentro de ciertos parámetros, los que delimita la corrección política, tan del gusto de nuestros líderes de la izquierda.

Otros, y es muy de agradecer, lo hacen sin complejos. Es el caso de don Silvio Berlusconi quien, más allá de algunas debilidades humanas que no se esfuerza en disimular -le gusta el juego, las mujeres, le gusta el vino, no le gustan los inmigrantes, los comunistas ni los medios de comunicación que no le pertenecen- ha decidido darle al electorado lo que a éste realmente le gusta. Y si hasta los periódicos progresistas “serios” españoles llevan a su portada los traseros respectivos de Leticia Ortiz y Carla Bruni como principal argumento informativo del día, ¿por qué habría de parecernos mal, o peor, que el líder del PdL organice un cásting para captar nuevas caras para su formación dirigido a actrices y bailarinas?

¿No es más honesto hacerlo a las claras que elaborar, como hacen los principales partidos españoles, sus listas en función de a quién hay que quitarse de en medio procurándole un buen retiro, allá en Bruselas? Además, ¿qué transmite más frescura y renovación? ¿Jáuregui o una bella exconcursante de Gran Hermano? ¿Mayor Oreja o una conejita de Playboy?

La mujer de Berlusconi, no parece pensar lo mismo y ha vuelto a poner el grito en el cielo con la ocurrencia de su marido. Es más, ha anunciado que se divorcia. Ella, claro, es que lo enamoró gracias a sus estudios sobre la fenomenología de Husserl, a su capacidad para parir frases luminosas como ésta: “La mujer debe ser el ángel moral del hogar”.

Ni siquiera grandes defensoras de la mujer como Carla Bruni o la propia ministra Aído, habrían llegado tan lejos.

 
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