viernes, 12 de marzo de 2010

Rivalidad

En octubre de 2009 Depeche Mode desembarcaba en Perú para presentar su ‘Tour of the Universe’ ante miles de incondicionales. Cuentan las crónicas que el concierto no defraudó en lo que al aspecto musical se refiere, pero muchos de los asistentes no olvidarán aquella visita por un lapsus que cometió el cantante del grupo, Dave Gahan, quien profirió un sentido “Thank you very much Chile” en mitad de la actuación. No era, claro, la primera vez en la que un artista subido a un escenario tiene un desliz de este tipo. Las interminables y frenéticas giras a las que se ven sometidos muchos músicos les llevan con frecuencia a no saber ya ni dónde demonios se encuentran, confundiendo ciudades y países y dudando ya hasta en qué idioma deben dar las gracias a su público en ese guiño local que todos aguardan. Tampoco era la primera vez que esto ocurría en Perú. Cuentan que una tal Mayte, integrante de la banda mexicana juvenil RBD también dijo en Lima: “¡Que viva Chile!”, cometiendo un error que la moza atribuyó humildemente a su desconocimiento en geografía. Inculta pero sincera, oye.

Pero, lo que convierte a estos casos en especialmente significativos es el hecho de que los dos países sudamericanos sigan manteniendo en la actualidad una rivalidad que se remonta a su propio origen como naciones soberanas y que, a pesar de ser menos conocida, alcanza proporciones muy superiores a la que pudieran mantener las dos grandes potencias del cono sur, Argentina y Brasil, especialmente alimentada por su disputa del cetro futbolístico mundial.

Aunque las desavenencias comenzaron antes, el episodio principal de este historial de desencuentros, fue la llamada Guerra del Pacífico que ambos países libraron entre 1879-1883 y que constituye, como ha señalado algún historiador, “la experiencia traumática por excelencia de la historia peruana moderna”. Chile, granero de la poderosa Lima en tiempos de la Conquista, demostró entonces su superioridad bélica y pudo apropiarse de extensos territorios salitreros. La humillación fue absoluta al ocupar sus tropas la capital, y saquear diversas zonas del norte peruano. Este episodio, que podría sonar a cosa polvorienta y olvidada, ha sobrevolado las relaciones entre los dos países, que no han desaprovechado ninguna oportunidad para expresar sus desavenencias. Así, hace algunos años, el conflicto llegaba al ciberespacio, después de que piratas informáticos de ambos países alteraran webs gubernamentales con mensajes nacionalistas que iban desde la reclamación de mares territoriales a la calidad de los respectivos cebiche y pisco patrios. Y solo unos meses atrás, una encuesta elaborada en plena disputa legal por el mar que vio las luchas de Grau y Prat, revelaba que uno de cada tres peruanos creía que Chile se rearmaba para atacarlos.

Evidentemente, no todos sienten con igual pasión esta traumática relación que, dicho sea de paso, con frecuencia ha sido utilizada por los políticos, especialmente al norte, para ganar un puñado de votos inflamando las pretensiones patrias. De hecho, incluso últimamente se han creado grupos en Facebook que piden acabar con esta estéril rivalidad, pero ha sido el reciente terremoto de Chile el que nos ha proporcionado la mejor prueba de que tal vez la enquistada enemistad entre los dos vecinos esté menguando.

Cuando hace uno días muchos peruanos pudieron leer en periódicos como El Comercio de Lima un anuncio del gobierno chileno dando las gracias a Perú “Por compartir con nosotros el dolor y ayudar a levantar nuestra esperanza”, tuvieron que pensar aquello de “qué vueltas que da la vida”.

A menudo se dice que pocas cosas unen tanto a dos rivales como el odio a un tercero común. Pero, quizá, no pueda menos la sencilla solidaridad ante el dolor profundo del otro.

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