viernes, 2 de diciembre de 2011

Reflexiones de Ernesto Sabato sobre el oficio de escribir


Tres novelas publicadas con un intervalo de 13 años, tres obras maestras de las letras hispanas del siglo XX, lo convierten en una figura imprescindible de la literatura universal. Aclamado por Camus, quien lo proyecta en Europa tras leer El túnel, némesis de Jorge Luis Borges -del que tantas cosas le separan y a quien le dedicaría, siguen afirman muchos pese a que siempre negó tal extremo, la tercera parte de Sobre héroes y tumbas, su genial y perturbador "Informe para ciegos"-, símbolo de la memoria de los desaparecidos de la sangrienta dictadura militar argentina tras hacerse cargo del informe conocido como "Nunca más", su trayectoria -marcada de forma radical por su doble adhesión cientificista y comunista, experiencias de las que renegaría posteriormente para refugiarse en la literatura- estará plagada de depresivos silencios que alternarán con raros momentos de exaltación creativa.

En esos periodos de lucidez frecuentó el ensayo, género por el que también alcanzó gran popularidad -en ocasiones hasta el punto de ensombrecer su labor de novelista- gracias a un estilo fragmentario en el que los meros esbozos de pensamientos, a modo de trazos de diario o apuntes de lecturas recientes, se intercalan con pequeños ensayos cargados de descubrimientos e iluminaciones. No escasean a lo largo de esta serie de volúmenes -que se inicia con Uno y el universo y que se cierra casi sesenta años más tarde con el autobiográfico España en los diarios de mi vejez-, reflexiones acerca de la literatura y del oficio de escritor. Algunas de las más sabrosas están recogidas en su imprescindible y hoy nada políticamente correcto -por el particular estudio de las relaciones entre hombre y mujer que interpola- Heterodoxia. Tras releerlo en estos días, he querido recoger aquí algunas de estas iluminaciones para uso de pequeños y mayores.

EXPRESIONES DE LAS QUE USTED, JOVEN ESCRITOR, DEBE HUIR COMO DE LA PESTE. La alegría reinaba en su rostro, el dolor estaba pintado en su cara, el rubor coloreaba sus mejillas, su boca era encantadora, respiraba honradez.
La tea de la discordia, la voz del honor, la hidra de la anarquía, el Sol del Progreso, el campo de las conjeturas, el arsenal de las leyes, la balanza de la justicia, la aurora de las libertades, las tinieblas de la ignorancia, la espada de la la Ley, la tiranía de las pasiones, la moderna Babilonia, una verdadera Torre del Babel, la pérfida Albión, el Oso moscovita, el Tío Sam.
Redoblar sus transportes, abrir su corazón, sentir un nudo en la garganta, parársele los pelos de punta, aspirar embelesado, impresionar gratamente, sembrar cizaña.
La madre naturaleza, el rey de los astros, el astro rey, la luna plateada, los pétalos aterciopelados, el vistoso colorido, el jardín engalanado.
El conflicto bélico, el carro de Marte, la nueva tesitura internacional.
Un fino ensayista, un fino poeta, un espíritu ático.
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PALABRAS. Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas.
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ESCRIBIR LO NECESARIO. No es que me repugne lo extenso: me repugna lo extendido, que no es lo mismo.
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TEMAS. No se debe elegir el tema de una novela o de un drama: es el tema quien lo elige a uno. No se debe escribir si un tema no acosa, persigue y presiona, a veces durante años, desde las más misteriosas regiones del ser.
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IDEA FIJA EN EL CREADOR. Los más profundos novelistas y dramaturgos son los que están obsesionados por una sola obsesión -sería exagerado decir idea-. Ya sea el Bien y el Mal, o la Soledad, o el Amor, esa monomanía de debe a la profundidas de la obsesión, y ésta garantiza la profundidad de la creación.
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EL ARTE COMO FORMA DE CONOCIMIENTO. Lo que podemos conocer de la realidad mediante los esquemas de la razón se parece a lo que podríamos saber de París examinando su plano y su guía de teléfonos, o a lo que un sordo de nacimiento podría imaginar de una sinfonía observando la partitura.
Las regiones más valiosas de la realidad -la más valiosa para el hombre y su existencia- no son aprehendidas por esos esquemas de la lógica y de la ciencia. Querer aprehender el mundo de los sentimientos, de las emociones, de lo vivo, mediante esos esquemas es como querer sacar agua con horquillas.
De las tres facultades del hombre, la ciencia sólo se vale de la inteligencia y con ella ni siquiera podemos cerciorarnos de que existe el mundo exterior. ¿Qué podemos esperar de problemas infinitamente más sutiles? La realidad no está sólo constituida por silicatos o planetas, aunque buena parte de los hombres de ciencia parezcan creerlo. Un amor, un paisaje, una emoción, también pertenecen a la realidad, ¿pero mediante qué conjunto de logaritimos y silogismos pueden ser aprehendidos?
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LIBERTAD DE LOS PERSONAJES. Los seres reales son libres. Si los personajes de una novela no son también libres, son falsos; y la novela se convierte en un simulacro sin valor.
El autor se siente frente a un personaje como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso: puede ver, hasta puede preveer, el acto pero no lo puede evitar. Hay algo irresistible que emana de las profundidades del ser ajeno, de su propia libertad, que ni el espectador ni el autor pueden impedir.
Lo curioso, lo ontológicamente digno de asombro, es que ese personaje es una hipóstasis del propio autor. Es como si una parte de su ser fuese esquizofrénicamente testigo de la otra parte, y testigo ineficaz.
La vida es libertad dentro de una situación, pero la novela es una doble libertad, pues nos permite ensayar (misteriosamente) otros destinos: es a la vez una tentativa de escapar a nuestra finitud -valor ontológico- y una evasión de lo cotidiano -valor psicológico.
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LA ANSIEDAD DE LOS FIJISTAS. La idea de fijar un idioma nace de la ingenua creencia en su insuperable perfección. Personas ansiosas y maravilladas instan a guardarlo en una vitrina, a cubierto del polvo, alejado del riesgo callejero, del vulgo ignorante, de los escritores bárbaros e irrespetuosos. No satisfechos con el vanidoso sentimiento de poseer la mejor lengua, pretenden además ser sus depositarios absolutos. El resultado es conocido: también ellos terminan por vivir en una vitrina, velando un cadáver embalsamado, mientras el espíritu de la lengua vaga por la ciudad.
El asunto de la vitrina comienza para nosotros en 1492, cuando Nebrija le decía a Isabel que la lengua castellana estaba "ya tanto en la cumbre, que más se pudiera temer el descendimiento della que esperar la subida". Que Nebrija se equivocaba, como fatalmente se equivocan todos los gramáticos, lo demuestra la existencia de algunos considerables escritores posteriores a ese peligroso instante: Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope, Rubén Darío, Unamuno, Baroja, Ortega, Sarmiento, Hernández.
Con teleológica candidez, el pobre Nebrija creía que su época constituía algo enorme y especial. Candidez parecida a la de Saint-Pierre, para quien los melones habían sido creados con rajas para facilitar su consumo en familia. Pretendemos que la evolución de millones de años a través de amebas y megaterios se ha realizado para que el Hombre Contemporáneo goce de ciertos privilegios, sin advertir que uno de las irremediables características de ese Hombre es la de estar dejando de ser Contemporáneo a cada minuto que pasa.

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