domingo, 30 de septiembre de 2007
André Gorz. Amor y destino
Dice el viejo dicho: “Siempre se van los mejores”. No es cierto. Tarde o temprano nos vamos todos, con la diferencia de que algunos se han ganado el derecho a permanecer por siempre en la memoria colectiva de generaciones y generaciones. André Gorz (Viena, 1923; Vosnon, Aube, 2007) es uno de estos elegidos. A los 84 años decidió (porque morir es acto de valientes) quitarse la vida junto a su mujer, Dorine, quien desde hacía años sufría en sus carnes los elementos destructores de una enfermedad degenerativa (¿acaso es vivir otra cosa?).
No fue un acto fruto de una improvisación. Gerard (éste era su verdadero nombre) y Dorine ya sabían hacía tiempo que el destino que durante casi 60 años los había unido se rompería tarde o temprano para ambos de un único hachazo.
Por eso el suicidio de la pareja, que recuerda en muchos aspectos (aunque sus diferencias históricas sean no menos notables) al de Zweig (cuya condición de judío, perseguido y apátrida compartían), quiso no ser un punto y final, a lo sumo, una trascendental mudanza. En el año 2006, un octogenario Gorz confesaba en Lettre à D. Historie de un amour, su “amor constante más allá de la muerte” a la compañera de toda una vida.: “Acabas de cumplir 82 años. Sigues siendo tan bella, graciosa y deseable como cuando te conocí. Hace cincuenta años que vivimos juntos; y te amo más que nunca. Hace días te dije que había vuelto a enamorarme de ti. Y tu vida desbordante me hace feliz, abrazando tu cuerpo contra el mío”.
Gorz, el filósofo anti-comunista, el economista anticapitalista, el antiprofeta del proletariado desnudaba de esta forma su alma y en tiempos de contingencia, de falta de compromiso, de liquidez, plantaba cara a una hipotética soledad aferrándose, templado y sentimental, al único pilar que sostenía su vida: su mujer.
Inevitable el acordarse de la Égloga III de Garcilaso, allí donde el español aúreo escribía:
“Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fría en la boca
pienso mover la voz a ti debida;
libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrando t´irá y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.”
Para la historia política, para el pensamiento económico, para la literatura, la prensa y el pensamiento occidentales la figura de André Gorz será recordada por trabajos como Historia y enajenación, por la extraña e irresistible El traidor, obra a la que su admirado Sartre le dedicó un encomiástico prólogo de más de 40 páginas, por su condición de co-fundador de Le Nouvel Observateur. Ahora, a la simple la historia de los hombres Gorz le añade un perturbador corolario, el de ser la prueba entrañable y entrañada de un compromiso personal sin ataduras ni fronteras.
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