viernes, 6 de febrero de 2009

El humor, una cosa muy seria

Del mismo modo que en tiempos de decadencia, el Arte suele dar algunos de sus más valiosos frutos, en época de crisis económica, el humor puede ser un adecuado antídoto para olvidarnos de las pequeñas penurias y los grandes dramas del día a día, de tanta mala leche, incompetencia e hipocresía.

Para demostrar lo primero no habría más que echar un vistazo a la producción que la España que cabalga entre los siglos XVI y XVII ofreció al mundo. Que en lapso tan breve pisaran la tierra ingenios de la talla de Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca o Velázquez, no puede ser una casualidad, aunque quizá fuese excesivo atrapar este hecho como argumento de autoridad para demostrar que no hay nada como el declive de un imperio para que éste, en su desgarro, engendre obras propias, más que de hombres, de titanes.

En lo que respecta a la segunda máxima, es indiscutible que el que ríe (sobre todo si además canta) su mal espanta. En Cádiz lo certifican cada año por estas fechas desplegando todo el talento que esta tierra es capaz de mostrar cuando hay que hacer frente a las contingencias del día a día. La buena coplilla, como el buen monólogo, o el buen poema, es un ejercicio de sutileza que basa su eficacia en el saber ver más ampliamente o más hondo que el común de los mortales, aquellos que pasan por la superficie de las cosas sin pararse en la maravilla que éstas encierran.

No digo con esto que haya que buscar siempre la excelencia ni la genialidad (aunque no pasa nada por pretenderla de vez en cuando) sino, como mínimo, currárselo. Y peor aún que la broma pesada es el chiste fácil. A un servidor le gustan cada vez más las noticias absurdas de periódicos como los que, especialmente en los últimos tiempos, han aflorado en internet -aunque la tradición, sobre todo, en el mundo anglosajón, viene de antiguo. Leer cosas como “Un concurso de incendios calcina un pueblo de Valencia. De nada sirvieron los tres extintores”; o “El iPhone no se venderá a la gente de pueblo. La pantalla táctil no fue diseñada para dedos rudos”, produce desde luego una satisfacción superior al goce que experimentamos al leer en los sitios “serios” abstrusos o deprimentes, respectivamente, titulares como “El PSOE descarta citar a Rajoy en la comisión sobre la red de espías” o “Las empresas y familias en suspensión de pagos se triplican en 2008 hasta las 2.902”. Normal.

Además, este tipo de medios tienen la ventaja de que desde el principio sabes que lo que cuentan es mentira. Esta limpieza es de agradecer dentro del actual circo mediático, en el que con frecuencia has de sortear a dos leones hambrientos, pasar por un alambre colgado haciendo mortales, colaborar como ayudante del lanzador de cuchillos dipsómano y evitar a un Ángel Cristo hasta arriba de anfetas antes de llegar a descubrir la presunta verdad que determinado titular encierra.

Dice Amos Oz que a los fanáticos lo que les falta es humor. Estoy convencido de que el padre del surrealismo literario André Breton -que compiló una indispensable antología del humor negro- habría suscrito la afirmación del escritor israelí. Pero habría que añadir: manteniendo despierto el sentido crítico. Pues, bien sabemos que aquel hijo bastardo del humor, el de estirpe facilona, no comprometido, carcajeante, marrullero que puebla amplias superficies de nuestras pantallas y se enseñorea por calles, plazas, bares y oficinas sirve de escudo al poder y, mientras nos embota los sentidos y nos envuelve con su promesa de risa fácil, nos impide ver la realidad detrás de la chacota.

Es el humor de los bufones, que entretiene mientras dura, que siempre es menos de lo que desearíamos, presto a dejarnos abandonados a nuestra suerte al instante.

Con cara de chiste malo, deshabitado el alma y el bolsillo igual de pelao.

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