viernes, 24 de abril de 2009

La culpa de todo

Al final va a resultar que la culpa de que el sistema económico haya hecho catacrack es de los trabajadores, o lo que más eufemísticamente se denomina como el sistema laboral, pero por la base. Insolidarios como pocos, los asalariados y sus representantes no están dispuestos a aceptar que les rebajen la cantidad que deberían percibir en caso de despido, se muestran recelosos a la hora de afrontar las regulaciones de empleo que acometen las empresas y, en definitiva, se obcecan con sus caprichos y fruslerías de progres pijos -aunque la mitad de ellos vote al PP- en frenar el despegue económico del país.

Desde luego, la actitud de los sindicatos exigiendo subidas salariales para los funcionarios mientras el IPC se desploma, no es precisamente un ejemplo de solidaridad a la hora de afrontar el problema. Pero, no me negarán tampoco que bancos y empresarios (los grandes en concreto) han hecho bastante poco por asumir parte de su culpa en este entuerto y que resulta bastante más fácil apelar a la solidaridad mientras se conduce un Audi A-8 camino del chalecito en la costa, que cuando se cobran 900 euros mensuales y tu jefe ya te ha dicho nada subliminalmente que va a haber que recortar el presupuesto.

Glup.

No se ha cansado de decir Rajoy desde que se desató el ruido y la furia, que el problema del Gobierno español era que no había sabido diagnosticar el problema. No le faltaba razón al galleguito feliz. Pero, esta ceguera no es exclusiva del presidente español, ni de la clase política en su conjunto. Todavía a nivel macroeconómico se sigue especulando sobre las causas y autoría intelectual del actual caos financiero. La última moda es echarle la culpa a los llamados ‘quants’, esos físicos teóricos y matemáticos pasados al mundo de la economía, y a su funesta influencia sobre el orden mundial.

Los ‘quants’ pensaban que la estructura de los sistemas financieros no era muy distinta a la física que controla un sólido o un gas. Así, se dedicaron a aplicar sus conocimientos desarrollando modelos destinados, por ejemplo, a transformar productos contaminados de hipotecas basura en otros aparentemente limpios. Estos productos, considerados por algunos como verdaderas “armas financieras de destrucción masiva”, terminaron colocados en el mercado con las sabidas consecuencias. El sistema se había intoxicado hasta el punto de que incluso dos ilustres defensores de las teorías “científicas”, los premios Nobel Robert Merton y Myron Acholes, hicieron bueno aquello de llevar en el pecado la penitencia al ver cómo su fondo de inversión colapsaba el pasado año. Vaya por Dios.

Eso de aplicar el método científico a los fenómenos sociales no es nuevo. Hace más de un siglo, Comte contribuyó a fundar lo que en un inicio se llamó “física social”, y otro eminente sociólogo, Emile Durkheim, analizó desde esta perspectiva algunos de los hechos sociales fundamentales de su tiempo. Creía que en toda sociedad se da una solidaridad básica, que en las modernas se funda en la división del trabajo, en la complementación para la obtención de los medios de subsistencia.

Las redes que teje el dinero suelen amortiguar la pérdida de solidaridad que en momentos como los actuales se produce. Pero no siempre. Ahí tienen a David Kellerman, director financiero de la empresa hipotecaria Freddie Mac, intervenida por el Gobierno estadounidense, y al que la policía ha encontrado muerto esta semana, posiblemente debido a un suicidio.

¿Le pudo la presión social? ¿Se sintió un fracasado? ¿Acaso culpable?

Puede que la Ciencia no lo explique todo. Y el comportamiento de los hombres menos que cualquier otra cosa. A lo mejor, qué se yo, Kierkegaard, Dostoievski o Freud sigan siéndonos más útiles para desentrañar la madeja humana que todos los 'quants' y sus parientes (vivos y muertos) juntos.

[artículo recomendado por soitu]

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