domingo, 17 de febrero de 2008

Hermesiana: Tocqueville y la felicidad

El francés Alexis de Tocqueville es uno de esos pensadores a los que merece la pena volver con frecuencia. La agudeza e inteligencia que despliega en su obra más célebre, La democracia en América, le han convertido en un referente insoslayable dentro de las ciencias sociales. Como para Hegel –algo que muchos suelen olvidar-, aunque con perfiles bien diferenciados, Tocqueville ve en los Estados Unidos la encarnación del futuro Estado moderno.

Supo ver en el carácter asociacionista de la joven sociedad estadounidense una de las claves de su éxito. “Las costumbres y la inteligencia de un pueblo democrático –dirá- corren peligro si en algún momento, un gobierno usurpa completamente el lugar de las asociaciones privadas”. De ahí, su loa al modelo instaurado por los padres fundadores de la nación americana.

Es sintomático en este sentido que más de siglo y medio después de su más celebrada obra, teóricos como Robert Putnam (en Bowling alone: the collapse and revival of the American community) constaten la disminución de la pertenencia a todo tipo de asociaciones desde los años 60’ del siglo XX, incidiendo en la pérdida de capital social, y por lo tanto, de salud democrática asociada al fenómeno. Putnam nos ofrece datos más que inquietantes para apuntalar su tesis: en los último veinticinco años han descendido en los states las reuniones a asociaciones vecinales un 58%; las cenas familiares, un 33%; y un 45% las cenas de amigos.

Pero ya en Tocqueville el indisimulado y contagioso entusiasmo que le despierta el nacimiento de los Estados Unidos no resultaba ajeno a este posible escenario. Y al tiempo que advirtió sobre la amenaza de la tiranía de las mayorías, alertó también sobre el peligro de una infantilización de la sociedad que terminara desposeyendo a los ciudadanos de su obligación de pensar. Sobre estas cuestiones, versa nuestra hermesiana de hoy. Creo que mi buen amigo Francisco Gálvez, con el que frecuentemente he mantenido conversaciones sobre estas cuestiones, y particularmente en torno a la polémica relación entre libertad y felicidad, encontrará particularmente sugerente el fragmento.

3. Alexis de Tocqueville. La ignorancia feliz

“Los hombres de nuestro siglo ven cómo los antiguos poderes se hunden por doquier, cómo mueren las antiguas influencias, y cómo caen a tierra las viejas barreras. Todo esto confunde el juicio aún de los más inteligentes: no atienden más que a la prodigiosa revolución que se opera bajo sus ojos, y creen que el género humano va a caer para siempre en la anarquía. Si pensasen en las consecuencias finales de esta revolución concebirían, quizá, otros temores.

En el horizonte se alza un poder inmenso y tutelar, que se encarga exclusivamente de hacer que los hombres sean felices y de velar por su muerte. Se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objetos que filiarlos irremediablemente en la infancia; ese poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. Se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero en esa tarea quiere ser el único agente y el juez exclusivo; provee medios para su seguridad, atiende y resuelve sus necesidades, pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales, dirige su industria, regula sus traspasos, divide sus herencias: ¿no podría liberarles por entero de la molestia de pensar y el trabajo de vivir?

Creo que en cualquier época habría amado la libertad, pero en los tiempos que corremos me inclino a adorarla”

2 comentarios:

El pecador de la pradera dijo...

Sólo en Huxley he encontrado tan amargas palabras sobre la falta de libertad. La felicidad es hoy posible si todos ponemos de nuestra parte y los gobiernos comprenden de una vez que deben libernarnos por "entero de la molestia de pensar y el trabajo de vivir". Sólo así lograremos ser felices. El soma y la selección genética para determinar a "los mejores" para cada puesto vendrá después. Recuerde usted, amigo Matás, al traidor de Matrix diciéndole al agente Smith que quería que a cambio de su traición se le concediera el lujo de no tener ni un solo recuerdo de cuando era un hombre libre. Así es mejor, sin duda. Ahora sería como todos nosotros, que nos dan la opción de elegir entre Adidas o Nike, entre Pepsi Cola y Coca Cola y eso nos hace felizmente libres, porque como única alternativa a esa felicidad es coger el barril y tirar pa´l monte que, para más inri, tiene un propietario -particular o estatal-que no nos dejaría acampar allí. Ni siquiera nos dejarían un faro lejano y perdido donde llevar una vida tan triste como la del Salvaje, aunque, eso sí, infinitamente más libre.

Anónimo dijo...

Desde luego, pecador, muchas de las "profecías" de Huxley no se han cumplido. Aunque los tiros han ido en la dirección que el apuntó en muchos casos. Tal vez lo que el escritor no previó es que nuestra desesperada búsqueda de la felicidad nos haría verdaderamente infelices. Está por ver -aunque creo que nosotros no llegaremos a vislumbrarlo- si la humanidad está dispuesta a pasar por todo con tal de abolir el sufrimiento. De momento, parece que nunca en el pasado el dolor se ensañó de tal forma sobre nuestra especie. Es la felicidad paradójica que retrata muy bien Lipovetsky en su último libro (del que, por cierto, voy por la mitad).
Un saludo.

 
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