Cuando uno ha puesto la semilla de una de las mejores películas de todos los tiempos, como es el caso de 2001. Una odisea del espacio, puede decirse que se “ha cumplido”. Arthur C. Clarke ha fallecido en su amada Sri Lanka a los 90 años. De él pueden destacarse muchas cosas. Que fue un maestro de la Ciencia ficción, género en el que llegó a ser comparado con maestros como Asimov o Robert Heinlein; que fue un astrónomo notable (presidió la Sociedad Interplanetaria Británica); que fue un excelente divulgador (narró como comentarista para la CBS la llegada de la cápsula Apolo a la Luna); o que su labor científica y filosófica –publicó más de cien trabajos en estas disciplinas- ejerció una gran influencia en su tiempo (planteó, por ejemplo, por primera vez la idea de que los satélites geoestacionarios podían ser importantes centros de telecomunicaciones).
Pero fue la escritura de ‘The sentinel’ lo que terminaría abriéndole las puertas de la fama entre el gran público. Este relato escrito en 1951 sería la piedra angular (el “monolito” nuclear, podríamos decir) de la obra que llevaría al cine Stanley Kubrick a finales de los años 60 y que supondría un verdadero hito dentro de la historia del cine.
Pero fue la escritura de ‘The sentinel’ lo que terminaría abriéndole las puertas de la fama entre el gran público. Este relato escrito en 1951 sería la piedra angular (el “monolito” nuclear, podríamos decir) de la obra que llevaría al cine Stanley Kubrick a finales de los años 60 y que supondría un verdadero hito dentro de la historia del cine.
El éxito de la cinta, obligaría al escritor inglés a escribir la novela del mismo título, al tiempo que lo proyectaba como uno de los grandes nombres de la Ciencia Ficción en el siglo XX.
Porque Clarke no se limitó más o menos a supervisar el guión del filme, sino que trabajó codo con codo con el obsesivo cineasta estadounidense para dar forma y contenido a una película tan inquietante como envolvente. 2001 es un viaje alucinante por la historia de la Humanidad -de hecho, incluye la elipsis más vertiginosa de la historia del cine, allí donde el filme “salta”, a través del hueso lanzado al aire, del amanecer del hombre a la era espacial- e incluye entre sus virtudes la capacidad de generar lecturas infinitas –al gusto del espectador- sin perder en cualquier caso la unidad de una trama que puede ser seguida pese a todo.
Porque Clarke no se limitó más o menos a supervisar el guión del filme, sino que trabajó codo con codo con el obsesivo cineasta estadounidense para dar forma y contenido a una película tan inquietante como envolvente. 2001 es un viaje alucinante por la historia de la Humanidad -de hecho, incluye la elipsis más vertiginosa de la historia del cine, allí donde el filme “salta”, a través del hueso lanzado al aire, del amanecer del hombre a la era espacial- e incluye entre sus virtudes la capacidad de generar lecturas infinitas –al gusto del espectador- sin perder en cualquier caso la unidad de una trama que puede ser seguida pese a todo.
La presencia extraterrestre atraviesa la película por medio del enigmático monolito ("Tycho Magnetic Anomaly") que, a modo de puerta interestelar, va secuenciando la historia. Junto a este elemento tan querido para Arthur C. Clarke, la película contará con un curioso protagonista, el enigmático y neurótico computador, modelo 9.000, HAL (Heuristic Algorithmic Computer, aunque hay quien ha querido ver detrás el acrónimo de IBM, formado por la reunión de las letras posteriores), encarnación de la inteligencia artificial capaz de adquirir rasgos humanos (egocentrismo, megalomanía, crueldad, pero también nostalgia, como cuando al ser desconectado por el astronauta David Bowman se pone a cantar una canción de su “infancia”).
La caracterización psicológica de los personajes –de una contención casi inhumana-, la acertada apuesta musical, los avanzados –aunque nunca gratuitos- efectos especiales… Todo en 2001, como ocurre en la mayoría de trabajos del casi siempre genial Stankey Kubrick, opera para perdurar en la imaginación del espectador. Pero, no podemos olvidar que gran parte del éxito de la cinta se debe a un guión sin concesiones en el que la visión de Arthur C. Clarke juega un papel decisivo.
El sello de la película se deja ver en trabajos posteriores recientes, como en Solaris de Steven Soderbergh, quien basándose en otro relato de un genio del género, Stanislav Lem, nos sorprendía a principios de este siglo, y por lo tanto más de tres décadas después, con una arriesgada historia espacial en la que juega un papel no menos destacado una presencia extraterrestre en forma de planeta inteligente. Como el monolito de 2001, Solaris actúa sobre la mente humana como una poderosa fuerza que tutela nuestra existencia.
En los dos casos, constituyen sendos ejemplos artísticos del modo en el que el ser humano afronta la posibilidad de que exista vida inteligente fuera de nuestro planeta y el modo en que ésta podría modificar nuestra experiencia. En una de sus últimas entrevistas el también autor de Childhood´s end o Rendezvous with Rama se reafirmó en su deseo de ver alguna evidencia de vida extraterrestre. Por lo que sabemos, no le dio tiempo a verlo cumplido. Aunque no albergamos dudas sobre lo que realmente pensaba sobre este particular.
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