A nuevos bienes, nuevos males. Esta expresión podría servir para definir algunas de las características de nuestras sociedades avanzadas. El ‘malestar en la cultura’ es el signo de nuestro tiempo. Nunca la felicidad pareció tan al alcance de nuestra mano. Pero al mismo tiempo, jamás la felicidad se nos antojó más escurridiza. Muchos autores llevan años devanándose los sesos a la hora de intentar aprehender la realidad humana en la era global, posindustrial, poscapitalista, o como quiera que se la llame. Uno de mis favoritos, el siempre crítico ensayista francés Gilles Lipovetsky ha dedicado su último libro a tratar de desentrañar las contradicciones de nuestro tiempo en La felicidad paradójica. ¿Su conclusión? Básicamente que, aunque no estamos en el mejor de los mundos posibles (pobre Leibniz, esta desacertada tesis te perseguirá toda tu muerte), podríamos estar peor.
Pero, ¿cómo no sentirnos inquietos ante la avalancha de noticias que a diario reproducen los medios de comunicación? No hablo ya de las guerras abiertas o silenciadas, de las andanadas nacionalistas, del holocausto (“sacrificio por el fuego”) medioambiental, o de la represión que los más fuertes ejercen sobre lo que menos tienen. Qué va, de hecho, el desencadenante de este “arrabal” parte de un titular más cómico que otra cosa. Decía así: “el mando de la tele provoca una de cada cuatro peleas entre las parejas españolas”. Es de risa, ¿no? Sobre todo cuando seguimos leyendo y descubrimos que son las mujeres quienes se muestran más posesivas con el aparatito que los hombres. Entonces pensamos en lo que Freud hubiera dicho de esto y soltamos, puede que acompañando el movimiento con un gesto obsceno, un par de carcajadas más.
Pero, al cabo de un rato, cuando hemos agotado los chistes, releemos el titular y pensamos: pero seremos cretinos. Lejos de lo que algunos sostienen, el amor no ha desaparecido mi mucho menos de nuestra esfera de pretensiones. Posiblemente en ninguna época anterior esta palabra se utilizó tanto y con semejante alcance universal. Tras el desprestigio que el concepto se ganó en los años 60-70 con la revolución sexual, el amor volvió a situarse en el centro de nuestras vidas. Vamos, que ni todos nos hemos lanzado a hacer camas redondas ad infinitum ni somos tan transgresores como pensábamos. Prueba de esto es el nivel de exigencia que este retorno del paradigma amoroso ha supuesto. El aumento del índice de divorcios, el crecimiento de las viviendas unipersonales, la creciente falta de compromiso entre las parejas no son síntomas de nuestro descreimiento en el fenómeno, sino precisamente los efectos de nuestra visión idealizada del amor. Que una de cada cuatro peleas de pareja sea por el mando a distancia sólo quiere decir que, tras la emancipación de la mujer, la secularización de la sociedad y el salto tecnológico - los cantos de la sirena de la publicidad se encargan de hacer el resto- no es que no aspiremos a conseguir un amor para toda la vida, sino que simplemente no soportamos que nuestras parejas no sean tan “perfectas”, como habíamos pensado.
Así que un poco de tranquilidad. Y cuando tu pareja quiera ver el Fashion y tú seguir un emocionante derbi de la segunda división eslovena lo mejor que puedes hacer es comprarte otra tele. Amar es compartir, ¿no?
3 comentarios:
Es cierto que nuestras espectativas son demasiado altas, pero hacer un esfuerzo por no cambiar 10 canales por segundo es lo menos que una espera. De lo contrario provoca pegarles el mando por la cabeza, por decir lo menos
:-)
Pues sí, Mavele, tienes razón. Son las contradicciones "modernas". El recientemente desaparecido Arthur C. Clarke aludía a esto en la última entrevista que realizó. Él se refería en este caso al teléfono móvil, que consideraba como un gran invento, pero que a la vez nos sustraía de buena parte de nuestra necesaria soledad. Con la tele pasa lo mismo. Está bien, pero no debe convertirse en un elemento central de nuestras vidas, el fuego que todos bailamos alrededor. Porque al final pasa esto, que nos lo terminamos tirando a la cabeza.
Pero chicos, tiraros los trastos por el mando a distancia... ¡Qué perdida de tiempo! A ver qué sociólogo, psicólogo o gurú de turno de nuestro tiempo analiza a las parejas que se tiran los libros a la cabeza y se disputan el privilegio de leerlos primero. A ver.
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