Vamos, que las amebas no tienen ni un pelo de tontas.
Según reflejan los experimentos realizados, este tipo de ameba social (Dictyostelium discoideum) se alimenta libremente de bacterias del suelo, pero si la comida escasea se agrega con otras para formar un cuerpo fructífero de unas 100.000 células. En este punto los investigadores se centraron en el extraordinario nivel de cooperación que se da entre las células con la esperanza de entender cómo algunas (las del tallo) actuaban de este modo, llegando a la conclusión de que ese acto de generosidad no era debido al puro altruismo sino al elevado coste que supondría no cooperar, ya que sin tallo ninguna ameba podría escapar hacia otros lugares donde sobrevivir y todas perecerían.
Pero en la última investigación, los científicos han conseguido dar un paso más, al descubrir una especie de sofisticada estrategia mediante la cual algunas células –las muy cucas- engañan al sistema para darse a ellas mismas más probabilidades de sobrevivir.
Uno de los investigadores que forman parte del proyecto, Chris Thompson, profesor en la Universidad de Manchester, utiliza una analogía para comparar el comportamiento de las amebas con el humano en según qué circunstancias límite. Así –explica- cuando un barco se está hundiendo si algunas personas tramposas engañan al resto no achicando agua conservarán una energía que les será beneficiosa, pero el proceso de achique requerirá de más tiempo. Lo malo es si no hay suficiente gente achicando agua y el barco finalmente se hunde y todos se ahogan, incluyendo a los tramposos.
Además, para terminar de apuntalar la semejanza con nuestra especie han descubierto que el engaño sólo se produce en presencia de no tramposos, ya que si éstos se encuentran rodeados de otros tramposos todos contribuyen en grupo al esfuerzo colectivo, conscientes de que un escaqueo general terminará siendo fatal para el conjunto.
Además, para terminar de apuntalar la semejanza con nuestra especie han descubierto que el engaño sólo se produce en presencia de no tramposos, ya que si éstos se encuentran rodeados de otros tramposos todos contribuyen en grupo al esfuerzo colectivo, conscientes de que un escaqueo general terminará siendo fatal para el conjunto.
Vamos, que de aquí al “uno trabajando y los demás mirando” propio de nuestra especie sólo hay que escalar unos millones de años en la historia de la evolución.
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