lunes, 4 de agosto de 2008

Reflexiones profanas sobre la crisis económica

Es cierto, como se han encargado de recordarnos algunos optimistas antropológicos -generalmente cercanos ideológicamente a los actuales gobernantes- que a los españoles les interesan más cosas que la economía. Pero resulta complicado hacerle entender al vecino que la eutanasia o el voto para los extranjeros son grandes prioridades –siempre que no tenga a algún familiar en dicha situación o él mismo sea extranjero- cuando uno se acaba de quedar sin trabajo, llegar a final de mes empieza a ser misión imposible o ha tenido que echar mano de esos ahorrillos que tenía guardados “para la universidad de los niños”. Sin juicios morales, así somos. Y que conste que no pretendo hacer demagogia, sólo constatar un hecho huyendo además de esa falsa ecuación según la cual sólo critica al Gobierno quien ideológicamente se le opone, y entre sus defensores no pueden encontrarse sino un puñado de ‘sociatas’ que, para más INRI, no tienen dificultades económicas.

Para hablar de economía “seriamente” –que formas más divertidas tampoco faltan, como saben en soitu-, no es imprescindible ser un experto, puede incluso que ayude ser un lego en la materia, habida cuenta de los continuos fallos en las previsiones que sobre la actual situación han arrojado los economistas. Vamos, que si la economía es una ciencia humana, vale con usar cartera y tener algo de memoria para hacer una breve radiografía sobre algunos de los aspectos que más están dando que hablar de la actual “crisis” en nuestro país. Empezando por la propia palabreja.

La falsa polémica en torno a la definición de la situación por la que atravesaba la economía española parte de la ingenuidad de un ejecutivo que pensaba que alterando el nombre de las cosas (Crisis? What crisis?) podría hacer cambiar la realidad. No llamar “crisis” a la crisis escudándose en que técnicamente si la tomamos como sinónimo de recesión, aún no se ha producido un decrecimiento continuado de la actividad económica durante dos o más trimestres consecutivos, fue primero una táctica electoral y más tarde –lo creo sinceramente- una manera de no alarmar a la sociedad frenando aún más la inversión por parte de las empresas y el consumo de los ciudadanos. ”Si infundes mucho pesimismo, si no dices nada positivo, es peor” le dijo por lo bajinis a Zapatero el presidente del Círculo de Economía de Barcelona, José Manuel Lara.

La imprevisión del Gobierno fue creer que realmente este modo de actuar podría suavizar las rugosidades de una rápida desaceleración que antes que tarde terminaría cobrando forma.

Sin embargo, quienes acusan al Gobierno de no acertar en el diagnóstico se equivocan y lo saben. Porque son los mismos que acusan a Zapatero y sus ministros de haber mentido a los ciudadanos ocultando la realidad. ¿Qué realidad? ¿La de la crisis? Entonces sabían cuál era la realidad, sólo que trataban de enmascararla. Vamos, que habían acertado en el diagnóstico, algo para lo que dicho sea de paso, no hacía falta haber ganado el Nobel de Economía.

La subida de los precios del petróleo, la crisis de las hipotecas en Estados Unidos, el aumento galopante de la inflación (alguien ha matado a alguien…), venían algo más que anunciando la llegada de una crisis de proporciones planetarias, que se dejaría sentir muy especialmente en el crecimiento de los países más ricos y en la situación de las clases mas bajas en los países emergentes. Esto a nivel mundial. En casa, la construcción, el gran motor durante los años de bonanza, ya dio síntomas a lo largo del año 2007 de que empezaba a ralentizarse, lo que sumado al repunte de la inflación no hacían presagiar nada bueno para este ejercicio. Por no decir que parecía impensable un crecimiento en niveles superiores al 3% de forma indefinida mientras la eurozona crecía a un ritmo netamente inferior.

Afirmar que el Gobierno no se ha enterado carece de toda lógica, ya no sólo porque un niño de primaria pudiera ver venir a distancia lo que se avecinaba sino, entre otras cosas, porque son precisamente los gobiernos quienes antes disponen de este tipo de informaciones sobre la evolución de la economía.

Así las cosas, debemos conformarnos con afirmar que lo que se ha hecho es una labor de maquillaje de la realidad, si es que no se ha falseado directamente la misma. Uno de los casos más flagrantes sería la aseveración de que estamos mejor preparados que cualquier otro país de nuestro entorno para afrontar la actual coyuntura. Un truco barato. A no ser que consideremos como de nuestro entorno a naciones como Sudán o Bolivia (algún funcionario del Ministerio de Economía podría decir que la primera está en África, continente que está apenas a 14 kilómetros de la península y que con la segunda mantenemos estrechos lazos históricos y lingüísticos), pues eso, salvo que apliquemos semejante criterio, no encontramos evidencias que avalen esta afirmación. Sólo hay que echarle un ojo a nuestra galopante deuda exterior, a la manera en la que el superávit se ha volatilizado o cómo países como Alemania son capaces de hacer frente a las dificultades para darse cuenta de que estaremos en la Champions League, pero jugando la liga previa.

Aunque no siempre el Gobierno ha falseado la realidad. En este sentido, me gustaría dejar claro una cosa. La política de Vivienda del primer Gobierno de Zapatero ha sido cualquier cosa menos brillante, pero acusar al actual ejecutivo –como de hecho se comenta en la calle- de ser el causante del frenazo en la construcción o de, en otra dirección, no haber advertido de que esto pudiera suceder sólo deja a las claras la mala memoria de buena parte de la ciudadanía cuando llegan las vacas flacas (como si al tiempo que el bolsillo se les aliviase el seso). Antes y durante su estancia en el poder, los socialistas no se cansaron de anunciar que tarde o temprano la pompa explotaría, que es lo que realmente ha sucedido. ¿Culpa del Gobierno? No. Se les puede acusar de no haber creado políticas activas más eficaces para el alquiler o la compra, de no haber liberalizado suelo, incluso de haber caído a veces en lo ridículo -como con los famosos pisos de 30 m2, etc. Pero al César lo que es del César. Y al Mercado lo que es del Mercado.

Y llegamos al delicado asunto de las medidas para paliar los efectos de la crisis. Reconozco que este es un tema ante el que, por mi ignorancia en la materia, me veo superado (y no me consuela pensar que a los directivos del Banco Central Europeo o de la Reserva Federal les pasa lo mismo).

Aún así, me permito esbozar unas reflexiones intentando simplemente apelar al sentido común. Ni decir tiene que la ayuda de los cuatrocientos euros es de una ineptitud asombrosa, claramente electoralista y, que como experiencias similares han demostrado en otros países, no servirá para aumentar el consumo, sino el ahorro.

La promesa de mantener las medidas sociales, a pesar de su lógica socialdemócrata, me produce también cierta inquietud. Frente a las políticas de ajuste, el Gobierno ha anunciado –veremos si puede cumplirlo- un aumento en el gasto social, lo que si bien podría por un lado lanzar un mensaje de tranquilidad a las personas más expuestas ante la actual situación, podría al mismo tiempo retrasar la recuperación económica. Si esto fuera así, la receta podría agravar la enfermedad en vez de aliviarla.

Frente a la actitud zigzagueante y nada tranquilizadora del Gobierno, ¿qué ha opuesto el Partido Popular? Pocas soluciones, muchas acusaciones, y recetas desconcertantes. Entre las cosas que más me han sorprendido de la labor opositora de Rajoy una vez que consiguió salir airoso de su congreso, ha sido el hecho de promulgar un claro intervencionismo económico que casa mal en teoría con la supuesta esencia liberal de la formación. Para el PP español se deben tomar medidas –que no se especifican- bien para frenar la crisis, o bien para acelerar el tiempo de reacción. Lejos de pensar que el mercado se regula por sí solo, como afirma la teoría clásica, apelan a un vago keynesianismo no reconocido explícitamente que aspira a que la economía pueda funcionar a pleno rendimiento lo antes posible si se aplican una serie de medidas correctoras que no terminan de concretar. Todo lo cual me lleva a pensar –y reconozco que es desolador- que gestionase quien gestionase la crisis estaríamos más o menos igual, y que sólo variaría el sentido en el que se dirigen las críticas y las imprecaciones.

A la actual situación se suman en nuestro país las reivindicaciones de algunas autonomías, como Cataluña, que no vienen más que a pedir su parte. La que le prometieron en el nuevo estatuto y que, como los fondos para la Ley de Dependencia, esperan también poder concretarse. Si en cualquier tiempo es difícil apelar a la solidaridad entre territorios, ahora que el calor aprieta y que se han hecho públicas las por otra parte previsibles balanzas fiscales de las distintas comunidades aún menos cabe esperarla.

Por cierto, como nota final, me reafirmo en algo que siempre he pensado. Zapatero tiene una flor y no es la rosa que luce en la solapa en los mítines. Y del mismo modo que ganó un congreso en el que no contaba para nadie; se encontró con un atentado a las puertas de unas elecciones en las que parecía destinado a perder; y revalidó su mandato antes de que empezaran a salir los peores datos económicos; se va a encontrar ahora con que la economía española empezará a levantar el vuelo en la segunda parte de la legislatura, es decir, mientras pone su mirada 'cincunceja' en las generales 2012. Vamos, ni en sus mejores sueños.

[artículo recomendado por soitu]

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