viernes, 8 de agosto de 2008

Solzhenitsin


Cuando me enteré de la noticia del fallecimiento de Solzhenitsin sentí que debía escribir algo aquí sobre lo que supuso para mí la lectura de Archipiélago Gulag. No puedo decir que se tratara de un descubrimiento -en el sentido de revelación- lo que me aportó la lectura de este desconsolador informe. Los crímenes de la dictadura comunista en tiempos de Stalin eran sobradamente conocidos desde hacía décadas. Y, además, ya antes habían caído en mis manos libros como el Homenaje a Cataluña de Orwell y muy especialmente el superlativo El cero y el infinito de Koestler. Cuando me topé -o mejor dicho, busqué el 'Archipiélago'- ya estaba con

Camus -incluso con Aron- antes que con Sartre (ideológicamente hablando). Pero la minuciosidad con la que el escritor ruso nos cuenta el terror soviético en tiempos de Stalin merece ocupar un lugar de excepción entre los testimonios de ese infausto siglo que fue en muchos sentidos el XX.

Como digo, me hubiera gustado detenerme un poco más en este asunto, pero la falta de tiempo en estos días de agosto -con las vacaciones aún por horizonte salvador- me lo ha impedido, de ahí que para no dejar pasar la ocasión haya optado por reproducir un artículo que desarrolla mi propio punto de vista sobre el tema. Su autor -alguna vez he aludido a él en este blog- es Francisco Gálvez y ha salido publicado este mismo viernes en el semanario EL AVANCE de Vélez-Málaga. Se llama 'Solzhenitsin' y dice así:

"La frase llegó una fría tarde de noviembre, con una tímida lluvia de otoño cayendo mánsamente más allá de la ventana, siempre abierta: Glavnoe Upravlenie Laguerei. Gulag. Los campos de concentración soviéticos. Allí estaba yo, ajeno al frío, ignorante del agua que se introducía furtivamente por la ventana, atrapado para siempre por el testimonio crudo, desgarrado y terrible de la gran cárcel que había creado Stalin en la URSS. Un testigo directo de aquel horror, Alexander Solzhenitsin, había tirado una botella al mar de Occidente, cual náufrago, con el mensaje dentro: Archipiélago Gulag. El mundo debía conocer lo que se fraguaba tras los altos muros del Telón de Acero. Y había que hacerlo tal cual, porque jamás podría esperar que los occidentales que visitaban la URSS encontraran en ella nada censurable en el ejemplar collage del paraíso socialista soviético, donde la revolución había hecho a todo el mundo, al fin, libre. O eso venían contando. Los mismos occidentales que encontraban rollizos a los ucranianos en plena hambruna. Todo lo más, aparecería un Malraux que escribiría en otras Antimémories una fabulosa conversación intelectual con Stalin, tal y como la escribió de la que tuvo con Mao. Aunque luego todo fuese mentira. Había que escribirlo mostrando las caravanas de esclavos, el flujo continuo de prisioneros, los campos de concentración, los trabajos forzados... Y, también, a todos aquellos obreros, luchadores antifascistas, intelectuales o comunistas convencidos que pasaron por la Lubianka, cuartel general del KGB, con destino al infierno. Una frase de la niña Vania Levitski, sirva como resumen: “Toda persona honrada tiene que pasar por la cárcel. Ahora está papá, cuando yo sea mayor también me encerrarán a mí”."

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