viernes, 15 de mayo de 2009

Sine Dolore

En mitad de la sección una mujer entra para preguntar el tiempo qué hará en Menorca para el fin de semana. El motivo de su viaje, añade una vez que el meteorólogo del programa ha satisfecho su interés, es asistir a la celebración de un congreso multidisciplinar contra el dolor, en el que participa su asociación, ‘Sine dolore’.

El breve diálogo entre presentadora y oyente finaliza; el siguiente inquiere ya por el tiempo que hará en Marrakech. “Que sea bueno”, dice, por soleado, pero yo estoy aún aún dándole vueltas a eso de la “asociación contra el dolor”, así que decido teclear s-i-n-e-d-o-l-o-r-e en mi ordenador y en unos segundos ya estoy dentro de la página, leyendo cuáles son sus principios inspiradores: “tratar el dolor, aliviar el sufrimiento: aumentar la calidad de vida”. Se refieren al Dolor, en mayúscula; no el relacionado con una enfermedad determinada ni el derivado de un accidente; no el que sigue a la operación; que disminuye conforme la rehabilitación avanza; que nos atenaza cuando las muelas o los oídos o la cabeza dicen aquí estoy; no el dolor que da vida del parto; ni siquiera el que amenaza con rompernos el corazón ante la pérdida del ser amado. Es el dolor como hecho en sí mismo, autónomo, para siempre el que pretenden combatir este grupo de personas bienintencionadas que me sonríen desde esa foto que tengo ante mí y a la que le falta el marco y el paño de croché debajo.

No puedo evitar preguntarme si éste es el tipo de ejército capaz de plantar cara a enemigo tan poderoso.

Después, descubro un documento llamado “La importancia del dolor”. Podría parecer un fragmento extraído de una crítica a la obra de Kafka, pero es sólo el inicio del manifiesto. “El dolor -leo- es un problema que afecta a todos, sin distinción de profesión o condición social, no respeta a niños, ni ancianos; no discrimina por sexo, raza o credo; no tiene preferencia por el norte o el sur. Es un enemigo astuto, que muchas veces se oculta sin dar la cara y que mina la resistencia física y psíquica de las personas”. Seguidamente, exponen sus exigencias reclamando una mayor atención social ante un problema que sufren “uno de cada cinco adultos en Europa” y que es una de los grandes males que sufren los ciudadanos en las sociedades avanzadas.

Reconozco que me siento un poco abrumado. Por un lado, me mueven a compasión. Qué no habrán pasado. Por otro, el dolor goza de una legendaria fama en Occidente a la que no soy ajeno. Pavese anotó en sus diarios que aceptar el dolor significa “dominar una alquimia para transmutar el fango en oro, la maldición en privilegio”. Desde el dolor visionario al redentor, señala en un fabuloso estudio Enrique Ocaña, el sufrimiento otorga verdad y poder. Pero nuestra época, en la que proliferan los libros de autoayuda y una pseudofilosofía multicultural dicta su ley, está viviendo una gran cruzada contra el dolor en aras de una frenética búsqueda de la felicidad que de momento arroja un penoso saldo.

No es exagerado decir que nuestra resistencia al dolor no ha dejado de menguar o, de manera más prosaica, que cada vez aguantamos menos. En el fondo, tras este temor al sufrimiento se esconde un gozoso sí a la vida, que reniega de la herencia cristiana de tormento y resignación. Al fin y al cabo, por qué habríamos de soportar el dolor en un mundo sin Dios.

Mucho peor que esta progresiva fragilidad es la pareja insensibilidad ante el dolor de los demás, que es pan nuestro de cada día, y que encuentra en la tortura su perversa sublimación. Por eso comparto lo que señala el propio Ocaña cuando anota: “En los surcos labrados sobre un rostro están cifrados cuantos tratados puedan escribirse sobre el dolor humano y divino”.

Ojalá haga buen tiempo en Menorca este fin de semana.

*Este sábado 16 de mayo se celebra en la Sala multifuncional d´Es Mercadal (Menorca) el IV Forum Mediterráneo Multidisciplinar contra el dolor

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