Tan liados hemos estado con esto de la crisis económica mundial que hasta hemos olvidado celebrar una importantísima efeméride –con lo que nos gustan-: hace algunas semanas, en concreto a las 0 horas del día 1 de octubre, empezaba el año 100 de nuestra era, el año 100 d.F. (después de Ford).
Los que hayan leído la célebre distopía de Aldous Huxley ya sabrán a lo que me refiero. A principios de octubre de 1908 veía la luz un producto que revolucionaría el mundo. El Ford T-model, conocido coloquialmente en Estados Unidos como el 'Tin Lizzie' o el 'Flivver', era un automóvil de bajo costo que la Ford Motor Company popularizó al introducir la producción en cadena, método que le permitió al industrial abaratar el precio de cada unidad hasta los 360€, lo que se dice una verdadera revolución.
Con su motor de cuatro cilindros y con sus 20 caballos de potencia, que le permitían alcanzar una velocidad de hasta 70 km/h, el Ford T se convirtió en símbolo de la emergente clase trabajadora. Pero, también en mucho más.
Cuando el británico Aldous Huxley decidió construir su retrato sobre la incipiente sociedad hedonista y utilitarista que Estados Unidos ya estaba empezando a exportar a Europa en el periodo de entreguerras, se dio cuenta de que necesitaba representar esa nueva mentalidad pos-religiosa elevando un altar a un símbolo que pudiera representar al nuevo poder.
En Un mundo feliz (1932), Huxley intentó vaticinar un hipotético porvenir –extensión del presente en el que él mismo vivió- en el que la incertidumbre, la enfermedad o la angustia no formarían parte del escenario humano; en el que la melancolía se supliría con el soma, un prozac moderno (“Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos”), y donde la Cultura –como también reflejará Ray Bradbuy años más tarde en su indispensable Fahrenheit 451- habrá sido arrasada, convertida en un sucedáneo constituido por el entretenimiento y el ocio más anodinos, representado por frases como “No dejes para mañana la diversión que puedes tener hoy” y por la práctica masiva del “golf de obstáculos”. En este mundo de certezas y seguridades todo está planificado (de la cuna a la tumba), incluido la conformación de la sociedad, estructurada según un rígido sistema de castas creado a través de métodos científicos (eugenésicos) y del aprendizaje (condicionamiento neopavloviano); el sexo ha sido desligado de la reproducción, y las relaciones de pareja se asientan en la liviandad (todo lo estable y prolongado es pernicioso). La divisa planetaria refleja muy bien la ideología dominante: “Comunidad, Identidad, Estabilidad”.
Es también éste un mundo basado en el consumo y, por lo tanto, en el que los ciudadanos han sido adoctrinados –vía lecciones hipnópedicas (“la mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos”)- con frases tan profundas como éstas: “tirarlos es mejor que remendarlos” o “me gustan los vestidos nuevos”.
A la hora de trazar este retrato por momentos pesimista y siniestro, aunque también en ocasiones profundamente irónico, Huxley pensó en el hombre que pudiera representar el nuevo orden en ese futuro proyectado para el año 2540 después de Ford (otras personalidades de su tiempo como Freud, Marx, Pavlov, Lenin Trotski también fueron caricaturizadas) y a su mente acudió el nombre de Henry Ford, el gran adalid del capitalismo industrial en aquel periodo en el que vivió el autor y fue escrita la novela.
El efecto paródico perseguido es innegable. Sumamente revelador en su misma puerilidad. El apellido del famoso industrial no sólo servirá, como hemos visto, para marcar el calendario (refundando el cristiano, a la manera de los revolucionarios franceses) sino que aparecerá en las conversaciones coloquiales en los lugares en los que antes figuraba Dios (“Por Ford”, “¡Oh, Ford!”…) o suplantando gestos como el de la señal de la cruz por el de la T, que se efectúa, por ejemplo, cada vez que se alude al famoso modelo de coche. Además, pese a la supresión de las religiones, tal y como las conocemos, no ha ocurrido así con el pensamiento mágico, que en forma de delirantes rituales –mezcla de fiesta rave y pseudo-filosofía New Age- reúne a sus acólitos para elevar sus plegarias al Dios Ford.
Henry Ford se convierte así en máximo representante de la ideología dominante en tiempos de Huxley y la producción en cadena (masiva, uniforme) en el único sistema posible para el futuro Estado Global.
Cien años después del comienzo de una nueva era, estamos inmersos en una crisis económica de proporciones gigantescas. Otras de las profecías literarias de Huxley se han ido cumpliendo. A nivel científico, la clonación, la fecundación in vitro, o la reproducción preimplantacional estaban en el esquema planteado por la novela; a nivel emocional, la liberación de la mujer, la “relajación” de las costumbres, la trivialización del sexo o la crisis del compromiso han seguido el patrón que marca el libro; la televisión, los deportes de masas, el shopping, el consumo de fármacos, y otras formas sociales o de ocio también se han impuesto. Sin embargo, el mundo feliz en el que a cada cual, se le da según sus necesidades, no se ha materializado. Todavía. Para que eso suceda, siempre según el calendario fordista, faltan 41 años, momento en el que se producirá la guerra de los nueve años, donde una devastación del planeta por la utilización de armas químicas, permitirá nuestro definitivo renacimiento.
Existen otras formas, claro, de pensar el futuro. Podemos darle la razón a todos quienes han recibido con alborozo lo que ven como el fin de un sistema. Considerar que el caos financiero mundial, de manera general, y las regulaciones de empleo en la Ford, de forma concreta y simbólica, significan algo, que en el año 100 d.F todo un sistema podría haber recorrido su órbita completa. En este caso, es fácil que acudan a nosotros aquellas palabras proverbiales que sustentan la extraordinaria Cien años de soledad y afirmar que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.
Quién sabe. Todos los futuros son inciertos. Además, como recordaba su Fordería Mustafá Mond en la novela, aludiendo a aquella "hermosa e inspirada frase" de su Fordivinidad: “La historia es una patraña”.
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