“Ojalá vivas en tiempos interesantes” . Maldición chino-pratchetteana
Igual, algún día, cuando las aguas bajen menos bravas, alguien tendrá que explicarnos cómo puede ser que los contribuyentes le paguemos al Estado, para que el Estado le dé nuestro dinero a los bancos, para que estos nos presten dinero. La perversa circularidad de semejante operación es de una perfección mefistofélica, que puede llevar a aquel que posea la suficiente lucidez como para comprenderla en sus justos términos al suicidio o la locura.
Nos confirma que existe un orden en el universo y que nos ha sido dado a los hombres revelar sus leyes inmutables. Los economistas se han convertido en nuestros modernos astrólogos, seres capaces de leer nuestro futuro en los índices bursátiles pero, como estos últimos, predestinados a errar de teoría en teoría situándose de manera irremisible ante un abismo de incertidumbre (o volatilidad). Al final, sólo los bancos parecen llamados a deleitarse con esta música celestial, mientras que por el hilo musical de las sucursales al ciudadano sólo le llega un creciente zumbido de confusión y drama.
La culpa, claro, es del sistema, del capitalismo posindustrial, del neoliberalismo rampante y desregulador que ha entronizado al Dios dinero y nos ha absorbido el seso con los cantos de sirena de un consumismo desbocado y todo eso. Pero, mientras nos metíamos en este túnel, qué hacían las izquierdas.
Dejando al margen a las minoritarias corrientes de estirpe marxista, trotskista, maoísta y sus adláteres altermundistas, la socialdemocracia, como tradicional alternativa de poder en todos los gobiernos democráticos, ha ido haciendo cada día más liviano su programa, abandonando a marchas forzadas (o reinventando a golpe de mercadotecnia) los viejos símbolos, nutriendo sus idearios de reivindicaciones en clave “minoritaria” y monopolizando las siempre espinosas cuestiones morales (eutanasia, aborto...). Durante un tiempo sirvió como una estrategia provisional que les permitía mantener viva cierta identidad, sin tener que tocar el modelo económico imperante, pero, conforme algunas de las exigencias se iban alcanzando (emancipación femenina, matrimonios entre personas del mismo sexo..) los partidos de izquierda, ineficaces también para articular una política alternativa en materia de inmigración una que vez que llegaban al poder, se iban quedando sin contenidos.
Para ser competitivos dentro de una economía globalizada había que poner en marcha políticas comunes que facilitaran la libre circulación de capitales, que impulsaran la iniciativa empresarial y rebajaran las pretensiones de la antaño clase trabajadora. Pronto fue calando entre los ciudadanos el mensaje de que todos (por los dos principales) partidos eran iguales y que, puesto que lo que mueve el mundo es la economía, qué mejor que encargarles la gestión de esta materia a los legítimos inventores del sistema en curso: los discípulos de Adams, Ricardo o Bentham.
Consecuencia: un mundo minado por la crisis está gobernado, paradójicamente, ante la ausencia de alternativas profundas, por partidos neoliberales, es decir, por quienes hipotéticamente nos han conducido a esta situación. La socialdemocracia europea se encuentra, como la economía, en franca recesión después de años bailando sobre un fino alambre. Incapaces de abrazar el sistema capitalista en su versión menos intervencionista, pero al mismo tiempo progresivamente alejados de sus bases de antaño, su desesperada búsqueda del centro, en competencia con los partidos conservadores, está resultando desastrosa. Mientras Le Nouvel Observateur habla del “año cero de la izquierda europea”, y Liberátion declara “enfermo” al PS, la pregunta es: ¿otra izquierda es posible?
Más que nunca, es necesaria.
Ver Tiempos interesantes (I)
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