Sábado por la tarde. Una sala abarrotada de un centro comercial espera a que finalicen los anuncios en la pantalla para disfrutar de una hora y media de entretenimiento. Pero lo que el murmulleante público aguarda no es una superproducción, una peli de superhéroes, un trepidante thriller, o una de terror. Lo que entre sorbos de vasos de plástico y rumor de palomitas los espectadores se disponen a ver es un documental. Como lo oyen. Y encima de animalitos, como esos que acompañan las siestas de nuestros abuelos en las tardes de asueto. A quienes sigan un poco la actualidad no tengo ni que decirles que la película por la que más de cien espectadores han gastado 6 euros por ver es Tierra. ¿Algo está cambiando?
La cinta inicia su andadura en el Ártico, donde una osa polar y sus dos oseznos, nacidos bajo la superficie congelada, se despiertan con los primeros rayos del sol de la primavera y salen en busca de comida. Alastair Fothergill, el director del filme ha elegido a esta especie como “símbolo” de la película y del estado del planeta. Su agónica busqueda de sustento sobre una capa de hielo que cada vez es más delgada, a causa del cambio climático, representa el drama de una cinta que, a diferencia de Una verdad incómoda de Al Gore, no pretende transmitir al espectador la precariedad de nuestra existencia con discursos políticos y argumentos científicos. Aquí no hay lugar para las soflamas, por pertinentes que éstas sean. Tampoco se acusa directamente al ser humano de ser el causante del calentamiento global, aunque en algún lugar de la película se le haga responsable de haber modificado las rutas migratorias de determinadas especies con asentamientos o vallados que obligan a éstas a hacer más largos y expuestos itinerarios en su afán de encontrar el sustento. Es el sólo poder de las imágenes por encima de todo lo que nos conmueve. Es la nívea blancura amenazada de los osos la que se convierte en la mejor metáfora de lo que ya, no en ningún hipotético mañana, empieza a cernirse sobre todos.
No son sin embargo los miembros de esta familia los únicos protagonistas de la subtitulada como “La película de nuestro planeta”. Una elefanta y su cachorro en el desierto de Kalahari o una ballena jorobada y su cría de cinco meses son otros de los actores principales de esta magnífica producción de la BBC que ha supuesto cinco años de trabajo -incluyendo 200 días de rodaje a cargo de 40 operadores de cámara- y que es en primer lugar un verdadero drama épico en torno a la lucha por la supervivencia de muchas especies en este mundo cambiante.
Decía al principio que Tierra no era una superproducción, una peli de superhéroes, un thriller, o una de terror. Pero, además de un arrebatador alegado conservacionista, también es todo eso. Porque su producción ha sido cara. Porque muestra la heroica disposición de unos animales amenazados. Porque recrea la historia de una persecución. Y porque, como en toda película de miedo, existe agazapado un monstruo, más aterrador porque ni siquiera aparece en todo el metraje: el Hombre.
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