jueves, 25 de octubre de 2007

El fantasma de la xenofobia


Un fantasma recorre Europa. Se llama “xenofobia” y quien crea que está libre de él sólo tiene que esperar sentado a que la serpiente rompa el cascarón. Hace mucho que ya no se trata de casos aislados, como los de Le Pen en Francia, o Haider en Austria. La inmigración que de forma masiva está llegando al Viejo continente está conmoviendo los pilares que durante décadas han cimentado las naciones europeas -porque más que un caso europeo, nos hallamos ante fenómenos locales que en mayor o menor medida afectan a la totalidad de estados-, y su impacto sobre la sociedad resulta evidente en la aparición de un discurso político explícitamente xenófobo que está alcanzando notorio éxito en las consultas populares que de un extremo a otro de Europa se vienen efectuando en los últimos tiempos.

La última noticia en esta dirección tenía lugar el pasado fin de semana, al conseguir la Unión Democrática de Centro, partido de extrema derecha y discurso xenófobo dirigido por el multimillonario Christoph Blocher, la victoria en las elecciones parlamentarias en Suiza. El discurso xenófobo de la UDC ha sido clave para atraerse el voto de los partidos tradicionales del centro-derecha y sólo la particular composición del Consejo Federal, que desde 1959 está formado por siete miembros que se reparten los cuatro grupos con representación (PRD, PDC PC y UDC), evitará en principio que el impacto de este ascenso se materialice en políticas más “agresivas”, y por lo tanto contrarias a la ley anti-racismo en vigor.

El discurso de la UDC es paradigmático dentro de lo que hablamos. Valga un ejemplo: sólo dos días antes de celebrarse estos comicios, esta formación publicó en los principales diarios del país un anuncio a toda página en el que atribuía a minorías étnicas -como albaneses y africanos- una explosión de la criminalidad, sin duda el principal filón con el que esta clase de partidos suelen atraerse a sus votantes.

Suiza no es el único caso, pues a pesar de que muchos observadores han aplaudido la derrota de los hermanos Kaczinsky en las elecciones legislativas polacas –donde el triunfo ha correspondido al liberal Donald Tusk de la Plataforma Ciudadana-, no puede perderse de vista que el discurso antieuropeo, homófobo y xenófobo del hasta ahora primer ministro, Jaroslaw Kaczynski ha contado con el respaldo del 32,2 por ciento de los votantes.

Tanto en un lugar como en otro –por no citar otros casos, como el de Rusia, donde el nuevo nacionalismo pretende retrotraer a este país a la época zarista- se evidencia un auge en el rechazo a la inmigración proporcional al aumento de inmigrantes en sus respectivos países y que viene motivado por la profunda crisis de identidad que asola a la Europa blanca y cristiana, y a nuestro irracional miedo al otro, al que es distinto. Sin embargo, en ocasiones, la reacción de quienes denuncian estas actitudes no favorece precisamente la normalización de una situación sumamente compleja. Me explico: Los partidos que basan sus políticas en la vuelta a una identidad en vías de extinción y que se oponen al inevitable mestizaje al que estamos abocados acusando a los inmigrantes de todos nuestros males fijan siempre su atención en la inseguridad que acarrea este fenómeno. ¿Cuál es la reacción ante este argumento? Tachar al contrario de racista, recordar –en el caso español- que nosotros fuimos también emigrantes en otra época y que por lo tanto hay que ser solidarios, y en última instancia dejarse llevar por la corriente al tiempo que se mira para otro lado. Pero, en este caso, tienden a confundir tolerancia con verdadera solidaridad, hasta el punto de resultar insolidarios con quienes no comparten sus postulados. Que la proporción de crímenes cometidos por inmigrantes -en situación irregular en la mayoría de los casos- es muy superior a la de los nacidos en España es algo manifiesto. Y lógico. Y no por dar fe de un hecho se ha de ser necesariamente racista. Que la inmigración, tal y como se está produciendo en toda Europa no sólo acarrea efectos positivos –en términos de natalidad, de desarrollo económico y de enriquecimiento cultural- sino que ha provocado un incremento en el número de delitos es algo que no debería suscitar mayor controversia, aún cuando este último punto sirva de ariete para aquellos que sólo ven en la inmigración un cáncer de nuestra sociedad. La razón debiera prevalecer sobre el sentimiento de hacerle el juego a los malos.

Porque negando el reverso “oscuro” de la inmigración no ayudaremos a crear una sociedad más justa para todos. Más bien al contrario, debe llevarnos a reflexionar acerca de los motivos que lleva a miles de personas a abandonar sus hogares para dar un salto a Europa que, además de desarraigo –y en ocasiones la muerte- en quienes emprenden tal viaje, produce también efectos desestabilizadores para los países de acogida. Y si al reconocer esto, somos considerados por algunos autodenominados“progresistas” como xenófobos, obtendremos la medida del problema al que nos enfrentamos.

Probablemente exista en nuestro país, como en nuestros vecinos, una aversión más o menos extendida entre sus habitantes hacia lo que “nos está viniendo”. Es algo que está en la calle. Y somos concientes de que bajo ese “lo que nos está viniendo” se esconden muy diversos motivos, algunos de los cuales más que producirnos orgullo resultan dignos de oprobio. Pero, reducir esta dimensión al racismo deshumanizado de quien se cree con el derecho de maltratar a una chica de 15 años en el metro por el mero hecho de ser ecuatoriana, es llegar demasiado lejos. Porque, lo que tememos no es al rumano, sino a la banda criminal organizada; no al colombiano, sino a los violentos latin king; no al subsahariano, sino a no poder llevar a nuestros hijos al parque porque los parques están ocupados de desocupados. Porque de lo que aquí no se trata es de proteger ninguna hipotética pureza racial sino de hacer posible nuestra común convivencia. De encontrar espacio para todos. Pero para todos los que estén dispuestos a intentar convivir, o mejor dicho, a integrarse, sean senegales o de Cuenca. Y ahora que parece que estamos ganando el debate a los multiculturalistas –para quienes las fallas de Valencia y la ablación de clítoris merecían similar consideración-, tampoco estaría mal ir ganándole terreno al lenguaje de corrección política que trata de reducirnos a estar a favor o en contra de todo, aún cuando dentro de esos todos que se nos presentan como cerrados la heterogeneidad y la pluralidad con la que tanto se llenan la boca algunos para imponer su pensamiento único, sea la norma.

No hay comentarios:

 
Copyright 2009 Apocalípticos e integrados. Powered by Blogger Blogger Templates create by Deluxe Templates. WP by Masterplan