viernes, 14 de diciembre de 2007

El destino de Kosovo


Imagen del cartel de presentación del documental Kosovo. La última cicatriz de los Balcanes de Juan Antonio Moreno

Las raíces de los conflictos, de los odios enconados, de las luchas políticas y sociales en los Balcanes hay que ir a buscarlas muy lejos, al menos hasta al siglo VI, cuando diferentes tribus eslavas procedentes de las estepas orientales se trasladaron a las tierras que con los siglos recibirían el nombre de Yugoslavia.

Los eslovenos, en el norte, se convirtieron mayoritariamente al catolicismo romano en el siglo VIII; los croatas se hicieron también católicos durante el siglo X y al igual que los eslovenos formaron parte del Imperio de los Habsburgo hasta la I Guerra Mundial; los serbios adoptaron el rito ortodoxo en el siglo IX y, aunque bajo protección rusa nacieron como reino a finales del XIX, permanecieron bajo dominio turco durante casi seiscientos años; los montenegrinos, por su parte, aunque originalmente serbios, como los bosnios, lograron escapar del avance turco y establecerse en una región montañosa como monarquía independiente; a su vez, los bosnios se dividieron entre aquellos musumanes (bosniaks) y los que conservaron su identidad serbia de cristianos ortodoxos (serbo-bosnios); los macedonios fueron conquistados por los otomanos en el siglo X aunque con anterioridad habían formado parte de un imperio con los búlgaros; los albaneses, por fin, pueblo de mayoría musulmana, obtuvieron su independencia del imperio otomano a principios del siglo XX y aunque la mayoría de ellos vive en Albania muchos han estado radicados durante siglos en la región de Kosovo (Serbia).

Un lío tremendo, ¿verdad? Pero, si no tenemos en cuenta la complejidad de los procesos históricos que se han desarrollado en este lugar del globo, no podremos entender mínimamente el proceso de independencia de Kosovo, la cuna cultural y religiosa -dicen los más fervorosos- de la Gran Serbia que empezó a formarse tras la Gran Guerra y que Milosevic intentó conservar a toda costa por medio de la opresión, la guerra, el exterminio, tras la disgregación que se produjo a la muerte de Tito, el líder supremo del país.

Desde el final de la guerra en los Balcanes, la región de Kosovo ha vivido bajo un régimen de protectorado internacional bajo mando de la OTAN. El principal objetivo de las fuerzas desplegadas ha sido el de evitar nuevos brotes de violencia y especialmente proteger a los serbios de las represalias de la población albano-kosovar ante la amenaza de que revirtiera la “limpieza étnica” ensayada por Milosevic.

La herida supurante de Kosovo dista de cerrarse y hoy chipriotas, eslovacos, rumanos y españoles -y rusos, por otros motivos- observan con recelo la irreversible separación de esta provincia. En el aire está la pregunta: ¿Quiénes serán los siguientes? Además, que ésta se haya producido sin que todas las partes de hayan puesto de acuerdo vuelve a poner de relieve la incapacidad de Europa para dirimir conflictos en el corazón mismo de su territorio.

En Serbia los ultranacionalistas no se resignarán fácilmente. De modo que los politicos europeos parecen dispuestos a canjear la independencia a cambio de abrir sus puertas. La UE ofrece a Belgrado acelerar la adhesión si permite a los kosovares independizarse.

Se trata de evitar a toda costa una nueva tragedia. Porque el fantasma del miedo recorre Europa. Pero, de su mano, camina también, débilmente, el de la esperanza. Al fin y al cabo, los pueblos tienen el derecho de ir forjando su propio destino.

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