Siempre hemos oído decir aquello de que los elefantes tienen una gran memoria y que a las personas especialmente ‘memoriosas’ -como el famoso Funes de Borges- se les decía: “tienes -o tenés- una memoria de elefante (ché)”. Al parecer, esta idea de gran implantación popular -la primera obra, de tintes autobiográficos del escritor portugués, António Lobo Antunes se llamaba precisamente Memoria de Elefante- nos viene de la Frenología, una disciplina cultivada especialmente a finales del XIX que intentaba relacionar el tamaño del cerebro con las capacidades intelectivas y cognitivas tanto del ser humano como de los animales. De este modo el gran tamaño del cerebro de los elefantes, los hacía pasar como el no va más entre esta estirpe de científicos demasiado próximos teorícamente a los valedores de los métodos eugenésicos.
Los fundamentos de la Frenología fueron puestos en tela de juicio con los años, pero la Ciencia en general sí nos ha dado con el tiempo sobradas muestras de que determinadas especies estaban más evolucionadas de lo que se sospechaba. Y no hablamos precisamente de la humana.
Esta misma semana hemos conocido los datos de un estudio realizado por un equipo de investigación sobre primates de la Universidad de Kyoto (Japón), que asegura que durante años habíamos subestimado la capacidad intelectual de los antepasados más cercanos de la raza humana. Bueno, no todos. Para mí Chita siempre fue el animal más inteligente de la película. El caso es que han sometido a una serie de pruebas a tres parejas de madres y crías de cinco años de chimpancés y los han puesto a competir con estudiantes universitarios en la realización de unos ejercicios de memoria numérica. ¿Y qué creen que ha pasado? Exacto. ¡Los monos han ganado a los universitarios! Y eso que eran japoneses, que no se van de botellón y salen muy por encima de nosotros en el célebre informe PISA.
Estudios como éste, al igual que determinadas evidencias en terrenos como la antropología o la genética nos sirven para cubrir ese salto ontológico entre nuestros antecesores y algunos primates evolucionados (las llamadas “protoculturas”, o “primotes” en términos campechanos). En realidad, y contra lo que han sostenido, muchas veces de forma interesada, biólogos, sociólogos o catequistas varios- ya no podemos hablar de “eslabón perdido”, sino de un continuun, es decir un puente recorrido a través de cientos de miles de años cuyos tramos aún no hemos llegado a recorrer por completo.
Porque al parecer, esto no acaba aquí. Los investigadores japoneses aseguran que este experimento es tan sólo “la punta del iceberg”. Vamos, que o andamos vivos o la alucinada visión de hombres sirviendo a una raza de primates, como en El planeta de los simios, puede que no sea tan descabellada. Al menos no más que la de ver a un octogenario Charlton Heston con un fusil en sus manos retando a quien tenga narices a que se lo quite.
"From my cold, dead, hands..."
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