domingo, 20 de enero de 2008

Poemas del ocaso

Decía el poeta alemán Gottfried Benn, que la poesía debía ser “exorbitante” o no ser. También afirmó alguna vez que un gran poeta, a lo largo de su vida, raramente podía llegar a componer cinco o seis poemas realmente logrados, “exorbitantes”.

Desde luego, puede decirse que el autor de Morgue y otros poemas–su primer e impactante libro-, a pesar del desconocimiento general que de su obra existe en países como el nuestro, alcanzó esa cuota a lo largo de más de 40 años de trayectoria, en la que la poesía y su obra en prosa convivieron con el ensayo, dentro del cual la reflexión estética alcanzó un altísimo nivel.

En 1956 Benn, poco antes de morir, escribía su último poema, “Nadie puede estar triste”, que el brillante hispanista colombiano Rafael Gutiérrez Girardot traducía al español- dentro de la que sería una de sus últimas colaboraciones-, para el cuarto número de la desaparecida revista La Pluma y el Tiempo. Leemos un fragmento:

“Llevamos en nosotros semillas de todos los dioses,
El gen de la muerte y el gen del placer:
quién los separó: las palabras y las cosas,
quién las mezcló: los tormentos y el lugar,
en el que concluyen, madera con quebradas de lágrimas,
por breves horas un lamentable hogar.

Nadie puede estar triste. Demasiado lejos, demasiado amplio.
Demasiado intocables cama y lágrimas,
ni un no, ni un sí,
nacimiento y dolor corporal y fe,
un ondular, sin nombre, un deslizarse,
un celestial, moviéndose en sueño,
movidas cama y lágrimas,
duerme."

Poema del ocaso, de despedida, como crepusculares fueron los textos incluidos en el primer libro de un poeta que en ese mismo año, en 1956, iniciaba su carrera, y que hace sólo unos días que nos ha abandonado: Ángel González. El poemario en cuestión se llamaba Áspero mundo. De ahí extraemos “Eso no es nada”, un poema que como la lírica de Benn estaba atravesada –más allá de las evidentes desemejanzas de orden estético- por un mismo temblor, el que emana de una feroz melancolía.

ESO NO ES NADA

Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.

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