Hubo una época en que la gente se escribía cartas. ¿Por qué? Cosas de la gente. O quizá es que el teléfono era caro o no había o había pero sólo unos pocos podían permitírselo; o que Internet ni siquiera estaba en la mente de los militares que luego lo inventaron o qué se yo. Pero, a mano o a maquina, se escribían. De hecho, se escribían tantas que hasta se inventó un género, el epistolar, que a San Pablo le dio un resultado excelente y a Dragó le permitió comunicarse con el Papa en nombre de Jesús (vaya tela) sin tener que someterlo a tortura psicológica en ‘Negro sobre blanco’. Gracias a que existieron las cartas, Helen Hanff se hizo extremadamente famosa y se rodaron películas como ‘Estación Central de Brasil’ y ‘The Cincinnati Kid’, aunque esta última va de otro tipo de cartas de las que hablaremos otro día.
El caso es que como diría algún sabio cuyo nombre no recuerdo ahora mismo: “esto se está perdiendo.” Por economía, por pereza, por lentitud, porque para lo que hay que decir, ya cada vez se escriben menos y en nuestro buzón no solemos ver más que las del banco –y porque te las cobran los muy financieros- y alguna postal de algún amigo en viaje de crucero que lo único que busca es hacer daño.
Pero, siempre quedan seres humanos capaces de nadar contracorriente. Pertenecen a esa especie de individuos capaces de no crear un blog, de gastarse un euro en comprar el periódico, ciudadanos que piensan que una blackberry es una marca de taladros.
Ahora hemos conocido que un vecino del Reino Unido se ha pasado 15 años tratando de juntar los 2.000 pedacitos de papel en que se habían convertido las cartas de amor que le envió a su ya fallecida esposa mientras trabajaba como jornalero por Europa y que ella había roto al darse cuenta de que alguien las estaba leyendo.
Ted Howard, de 82 años, comenzó a reconstruir en 1993 los fragmentos de las cartas que le envió a su esposa Molly utilizando el papel de lo hoteles en los que se alojaba y acaba de terminar, a razón de una hora diaria, tres años después de la muerte de su compañera.
“Bueno, querida, no veo la hora de verte de nuevo” finaliza una de las misivas. Y la correspondencia concluye: “Parece que han pasado meses desde el domingo, cuando te vi por última vez. No tengo mucho que contar mi amor así que hasta que nos veamos de nuevo, te envío todo mi amor. Tu eterno enamorado, Ted”.
El anciano confiesa extrañar aún muchísimo a su esposa, aunque reconoce que este tipo de memorias le han ayudado en el proceso.
De momento, Howard ya ha dado forma a su autobiografía, ‘La vida en Fen Edge’, que será publicada por la pequeña editorial británica Bound Biographies y en la que cuenta su relación durante más de cincuenta años con su gran amor. Además, pretende escribir un libro basado en las cartas y dedicárselo a su esposa. Seguro que piensa que existen los ángeles y que trabajan como carteros del cielo.
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