lunes, 7 de julio de 2008

Tu opinión

El otro día, un anónimo lector de este blog, me ponía verde a propósito de un post que publiqué sobre Carlos Ruiz Zafón. Ustedes recordarán el episodio. El escritor barcelonés había tildado de mediocre y no sé cuantas cosas más la literatura hecha en España –como él vive en Miami no está incluido (lo mismo le debe de pasar a Alejandro Sanz, al que todo el mundo considera como un cantante norteamericano)-, bueno, que me voy por las ramas, Zafón se despachó a gusto (para salir más tarde desmintiendo al pérfido redactor que había sacado, cómo no, sus palabras de contexto). Un servidor, mucho más modestamente –las 30 ó 40 visitas diarias que recibe este blog no se pueden comparar con el millón de ejemplares de la primera edición de su último libro- le dedicó también unas palabras al autor de La sombra del viento. Nada del otro mundo, algo del tipo “joder, no se puede ir así por la vida, tío” o “pues no se cree éste que es el puto Shakespeare”… Un poco mejor construido, pero más o menos así en el fondo.

Posiblemente haya perdido a aquel lector enojado conmigo por criticar a un autor al que no he leído y con cuya obra, por cierto, no me meto. Directamente, porque no puedo. Pero, mientras las lágrimas surcan mis mejillas dejando huellas indelebles en mi rostro azotado por el levante meridional, he dado con alguien a quien también se le podría endosar el calificativo de “snob” que me atribuyó el amigo.

Este artículo que firma María José Hernández Lloreda critica, a mi juicio, con acierto, el actual relativismo cultural del que se valen algunos para intentar desmontar tus argumentos entonando el clásico: “bueno, esa es tu opinión”, algo que en el ámbito concreto de la literatura no sólo está bastante extendido sino que está ocasionando graves perjuicios, al permitir la creación de un canon hecho exclusivamente –con el apoyo, por supuesto, de las grandes editoriales- por el gran público o, ahora que estamos en fechas, por el lector de playa, sujeto que se alimenta exclusivamente de los top ten de los mostradores de grandes superficies y que se piensa que es tó cool porque regala libros de muchas páginas en vez de corbatas o pañuelos de dudoso gusto.

El artículo tiene por título “Pues a mí me gusta”, y aun no coincidiendo con algunos de los autores que incluye en su lista negra –y sí gustándome mucho el fútbol-, coincido en el fondo del asunto, de ahí que recomiende su lectura íntegra. A continuación, extraigo un fragmento, por si alguien quiere ir abriendo boca. Ah, y si no están de acuerdo con lo que la autora suscribe, firmen al menos sus críticas. Que eso de anónimo está bien para el Lazarillo. Pero para poco más.

“Yo tengo un problema cuando hablo de literatura con los demás: tengo tan poca inteligencia social que me empeño en decir lo que pienso. Y eso tiene un efecto muy negativo en el que lo escucha, que siempre percibe que hay cierto aire de superioridad en el tipo de afirmaciones que hago. Nada más lejos de mi intención. Sin embargo, yo escucho constantemente este mismo tipo de aseveraciones de sus labios sin que sientan el más mínimo remordimiento cuando las expresan.

Voy a explicarme un poco más.

Si uno dice que Almudena Grandes, Kent Follett, Ruiz Zafón, Paul Auster, Juan José Millás, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Vicente Gallego, Benjamín Prado, Carlos Marzal… y así hasta el infinito, no son literatura o, por no entrar en discusiones conceptuales, son literatura mala, siempre me espetan con lo mismo: “es tu opinión” y “a mí me gustan”. Por una parte, es obvio que uno siempre habla desde su opinión y no veo necesidad en hacerlo expreso cada vez que uno expone su pensamiento. Por otra parte, no tengo nada que decir a eso de “a mí me gustan”, ahí nunca hay nada que decir, cada uno disfruta con lo que quiere o puede y no seré yo quien haga ningún juicio de valor al respecto. Pero siempre insisto, no es que me gusten o no me gusten, es que no son buenos y de ello no tengo la menor duda. Y no sólo no tengo yo la menor duda, sino que todos los que siempre han sido para mí referentes en literatura tampoco la tienen. Curiosa coincidencia. Pero sólo hay que esperar el momento adecuado para poner a cualquiera frente a su propia argumentación.

Voy a poner un ejemplo que puede servir para ilustrar mi indignación. De fútbol no tengo ni idea y salvo si alguien mete un gol o el portero hace una parada espectacular, no soy capaz de ver nada. Me resulta totalmente imposible saber quién es el organizador del juego y cómo lo hace, el centro del campo es un concepto tan abstruso como el éter… Si estoy con alguien que entiende de fútbol mis comentarios bien podrían ser de este tipo: “qué bien están jugando”, a lo que te contestan, “qué dices, si no están haciendo nada”, “ya pero han marcado 3 goles”, “sí pero no lo están haciendo bien”, “pues a mí me está gustando”. Por supuesto, se dirigirían a mí con el mismo aire de superioridad que me achacan y no habría forma humana de que, desde mi ignorancia del fútbol, les logre convencer de que yo tengo el mismo derecho a opinar de fútbol que ellos. Es más, nadie pondría muchas objeciones en la expresión: “que entiende de fútbol”.

Pero es cierto que no puedo negar que hay una diferencia importante, que la gente cuando se siente ofendida por este tipo de comentarios no lo hace por capricho. La literatura está marcada socialmente como un signo de nivel cultural y el fútbol no (de momento). Por eso yo puedo pasar sin ningún problema por una inculta en materia de deporte sin que ello suponga el menor problema, pero a la gente no le gusta pasar por inculto en materia literaria en nuestra sociedad.”

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