Pero está claro que la suerte de esta obra, primera del malagueño Alfredo de Hoces está ligada al boca-oreja después de haber ganado en 2005 el IV Certamen Internacional de Novela Yoescribo.com. Podría considerarse a 'Fuckowski' como uno de los grandes y escasos éxitos literarios fraguados en Internet en nuestro país, y si bien esta circunstancia no le ha valido al autor un reconocimiento masivo, han bastado para ir configurando una ruidosa legión de seguidores que han encontrado en el libro un referente narrativo de este tiempo que nos ha tocado vivir. ¿Literatura posmoderna? Seguramente. Que yo pondría en mi biblioteca junto a Kennedy Toole o Houellebecq. ¿Obra de culto? Puede que también.
Alfredo de Hoces, Málaga, 1974
Fresco, inteligente, descarado –transgresor sería mucho decir-, el libro consigue atraparnos desde sus primeras líneas, una cualidad que no podemos ni mucho menos despreciar cuando a veces tenemos la tentación de pensar que ya lo hemos visto/leído/oído todo.
“Existe –inicia el libro- una línea marrón que divide la humanidad en dos grandes grupos: aquellos que nacen por encima de la línea de flotación y tienen una vida, y los que nacemos hundidos en la mierda y tenemos que darnos de hostias para salir a respirar.”
¿Cómo resistirse a seguir leyendo cuando se nos presenta la existencia entera en dos brochazos y sabemos a ciencia cierta que pertenecemos al segundo grupo, a los marrones -¿diría Dani Pedrosa “Yo soy marrón?-, a los fuckowskis de la vida?
De principio a fin y a través de unos relatos en los que lo autobiográfico no sólo no se oculta sino que sirve de refuerzo a las distintas tramas, Alfredo de Hoces nos hace un retrato caricaturesco del mundo actual que se desenvuelve a través de alienantes relaciones laborales –las que de manera concreta se desarrollan en el seno de las grandes empresas informáticas, que el autor conoce en profundidad-, de la hipocresía que contamina los vínculos sentimentales, del dibujo de un mundo de trepas, enchufados, crápulas y gorrones que asfixian toda disidencia arrinconándola a los márgenes de la sociedad.
Todo esto ya fue entrevisto por el Jurado que premió el libro y es descrito con acierto por Alejandro Párraga en el prólogo que acompaña la edición. No se trata ahora de descubrir mediterráneos. Pero Alfredo de Hoces asume ahora el difícil reto de dar forma a su segundo libro (‘Tren a la estación perdida’), el que siempre se supone de la confirmación y por lo tanto, el que más expectación levantará de su, esperamos, larga trayectoria.
De momento, y de forma consecuente con lo que ha sido su origen como escritor, ya ha colgado en su web el primer capítulo. Y resulta inevitable leerlo a la luz –que esperemos no se convierta en sombra alargada- del simpar ‘Fuckowski’. De entrada, destaca una primera diferencia entre ambos trabajos. El primero es una compilación de relatos. El segundo, una novela, lo que de entrada podría dar falsamente a entender que afronta un reto que por su propio género supone un salto cualitativo. No hace falta que venga yo a decir que esto es un error, por mucho que aún goce de cierto privilegio la visión que considera al relato como un arte menor al lado de la novela. Como si no hubiera existido un Poe, un Borges, o un Cortázar.
Bien es cierto, sin embargo, que mantener el pulso narrativo a lo largo de doscientas o trescientas páginas puede suponer una dificultad añadida. Pero si nos fijamos en su primer libro esto no tendría que ser un obstáculo para De Hoces. De hecho, la fragmentación de ‘Fuckowski’ supone, a mi juicio, su mayor carencia. Hasta que no tuve bien adelantado el libro no cobré plena conciencia de que me encontraba ante un compendio de relatos, algo que se va tornando evidente en la segunda parte. Dicho de otro modo, el autor optó por recrear distintas situaciones aparentemente inconexas –algunas de ellas genialmente presentadas- cuando por la naturaleza de los personajes y por el propio estilo podría haber elegido dotar al conjunto de una mayor unidad. Vamos, que donde yo veía una novela, el autor –por falta de atrevimiento, de reflexión, o quizá por pleno convencimiento- vio un conjunto de relatos, lo que a mí me dejó un regusto de cosa interrumpida que se me reproduce cada vez que decido de nuevo abrir el libro y releer alguno de sus capítulos, sin contar que, quizá por esta misma causa, algunos de los episodios (y el mismo epílogo) me dan la impresión de estar por debajo del nivel general. Quizá sería demasiado atrevido afirmar que se trató de una ocasión perdida. Sobre todo porque siempre queda la duda de si un mayor afán organizador no habría ido en detrimento de la frescura que emana el conjunto pero, bueno, se trata de observaciones a toro pasado que ni desdoran el resultado final ni tampoco sirven para mucho más que para bosquejar en voz alta las sensaciones que me dejó una obra que quizá podía haber volado aún más alto.
Lo que me sirve también de excusa para reflexionar sobre el peso que ‘Fuckowski’ pueda tener en el nuevo libro. Arriesgarse a colgar el primer capítulo en su web y someterlo al juicio de los lectores puede ser entendido de dos maneras: o bien el autor tiene plena confianza en su obra y sólo pretende compartir con sus lectores las evoluciones del nuevo trabajo –agradeciéndoles de paso su fidelidad-; o bien se muestra inseguro y quiere sondear a través de las respuestas de los internautas si va por el camino indicado. Bueno, existen otras posibilidades: que es un tipo muy majo; que cree en eso de la web 2.0; que quiere ir promocionando el libro desde antes de terminarlo… Menos la última, considero parcialmente acertadas el resto y fundamentalmente que, como la persona sensible y comunicativa que parece ser, oscila entre la confianza del escritor vocacional –y por tanto, con un destino- y el hombre que duda y que desea agradar a su público.
Desde esta perspectiva, los comentarios que puedan dejarle sobre el primer capítulo dudo de que alteren en grado significativo el esquema de trabajo que reconoce tener elaborado y que se basa en esos dos elementos que funcionaron en ‘Fuckowski’: humor y lírica (a partes iguales).
Juzgar una obra por su primer capítulo es, en cualquier caso, una castración sumamente peligrosa que puede valer para las grandes editoriales a la hora de que el editor junior siga adelante con la lectura o tire el manuscrito a la caja de reciclado. Pero, como han hecho otros, me atrevo sucintamente a emitir un juicio. ‘Tren a la estación perdida’ me da buena espina y mala espina a la vez. Buena, porque De Hoces aparenta una enorme facilidad para conectar con el lector a través del desarrollo de escenas y monólogos interiores del protagonista que te arrastran sin dificultad. Un dejarse llevar siempre gratificante. Pero, por otro lado, ahí puede residir el peligro, en especial tras su primera obra, que el efecto sorpresa se evapore, que nos adelantemos con demasiada frecuencia a las reacciones de los personajes, que la caricatura se convierta en cuadro costumbrista y que, al final, todos nos sintamos unos fuckowskis, incluso los minglanillas. Ya se sabe que “el infierno son los otros”.
En este primer capítulo echo de menos ese margen de incertidumbre en el que generalmente se mueve De Hoces en el libro anterior, esa sensación de que cualquier cosa puede pasar se ve mitigado, puede que por las mismas características del género que le obligan a una mayor dosificación. Pero, confío, no obstante, en que el talento del escritor sepa imponerse en una tarea, que no está de más recordar, no está al alcance de cualquiera. Y es que, Alfredo –permíteme la confianza-, no es por meterte más presión, pero ya sabes que es el precio que has de pagar por haber escrito un libro tan sorprendente. El que todos esperemos un “todavía más”, el que te acribillemos con nuestras personales hermenéuticas, aunque eso sí, siempre desde el respeto reverencial que despierta en el lector el haber podido disfrutar a través de un puñado de páginas repletas de chorradas como pianos de sensaciones que permanecerán alimentándonos durante mucho tiempo. Y ahora, menos cervecitas en pubs dublineses y al ordenador, que no tenemos toda la vida…:)
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P.S.: La historia de la literatura está llena de familias de escritores, hijos que heredan de sus progenitores la vocación por el oficio, pero resulta mucho menos frecuente el fenómeno inverso, el caso de padres que siguen el ejemplo de sus hijos en el mundo de las letras. Aquí encontramos uno. Y es que Margarita García-Galán, madre del autor de 'Fuckowski', acaba de iniciar una carrera como narradora que esperamos sea larga y prolífica. De momento, ya ha sido seleccionada como finalista en el Certamen de Relato Corto de Vélez-Málaga. Enhorabuena.
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