De momento, no está teniendo demasiada suerte. Sus tímidos intentos por poner algo de orden en Oriente Medio, última mano que había jugado para maquillar su pésima imagen, están chocando con la realidad de una región con odios demasiado arraigados como para poder ser dejados a un lado con actuaciones tomadas a destiempo.
La situación en Irak no es ahora mismo la peor de las posibles aunque dista mucho de ser idílica, y el mero hecho de plantearse una retirada masiva de tropas parece impensable. En Afganistán, la situación es casi peor, no viéndose una salida al largo túnel de un país que hace décadas que –entre otras cosas merced a los desastrosos efectos provocados por la ingerencia norteamericana- vive entre cascotes. Y qué decir, respecto a Irán. Las políticas llevadas a cabo por la Administración Bush no han tenido los resultados deseados y el clima de tensión permanente no tiene visos de cambiar.
En definitiva. El mundo con Bush es mucho menos seguro que antes de él (y bastante más sucio, dicho sea de paso), lo que no quiere decir que algún día a alguien no se le ocurra proponerlo para Premio Nobel de la Paz, que cosas más raras se han visto.
Además, al contrario que algunos de sus predecesores, Bush no puede minimizar su nefasto balance en política internacional mirando los resultados que ha cosechado dentro de su propio país. No se trata de sacar a colación la gestión del ‘Katrina’ ni otros hechos puntuales que pudieran evidenciar cómo este presidente ha gestionado los asuntos domésticos. La negativa ola económica que atraviesa el planeta y que, según algunos economistas, él no ha sabido tampoco ni mucho menos afrontar, tiene sumido al país en la zozobra. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial pero ha visto mermados sus superpoderes no sólo por la irrupción de los nuevos gigantes asiáticos, sino por los propios europeos que como nuevos ricos hemos ido a los ‘states’ a pavonearnos con nuestro ‘hay que ver qué barato está tó en Nueva York y en Madrid no hay quien pueda’.
En conclusión, que ante tan magro balance, no nos queda otra que aplaudir la iniciativa que han tomado un grupo de ciudadanos de San Francisco que, adelantándose al inminente abandono de GWB de la Casa Blanca (será en enero de 2009) han propuesto que una planta de aguas residuales lleve su nombre, para lo que pretenden que el tema sea sometido a votación en las elecciones de noviembre.
"Es importante recordar a nuestros dirigentes en el contexto histórico adecuado”, ha expresado con cierta ironía, me da a mí la impresión, un miembro del llamado Comité Presidencial Conmemorativo de San Francisco, Brian McConnell.
De momento, este grupo ha presentado 12.000 firmas con la petición ante el Departamento de Elecciones de San Francisco con la intención de que la planta ‘Oceanside Water’ sea renombrada como ‘George W. Bush’.
Según McConnell la función de una planta de tratamiento de aguas “consiste en arreglar el desorden”, por lo que según él, “se trata de un tributo que encaja perfectamente”.
De momento, los republicanos no se han mostrado muy favorables. Como son conservadores, desean conservar el actual nombre. Pero a buen seguro que si nos dejaran votar a los demás el referéndum tendría un incontestable resultado positivo. ¿O quizá no? Ahora que lo pienso, ¿no fue éste el mismo presidente que resultó elegido justo después de haber mentido al mundo con la existencia de las inexistentes armas de destrucción masiva?
Cosas veredes…
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