
Y, efectivamente, descubrimos que el liberalismo fue algo más que una vaga abstracción ideológica (inspirada en los clásicos de este pensamiento a lo largo de la historia: Locke, Adam Smith, Stuart Mill…- durante los primeros años de la recuperada democracia española, aunque, ciertamente, el partido que –como en Inglaterra o Francia- intentó canalizar el programa “liberal” en nuestro país pronto terminaría absorbido dentro de una organización “atrapalotodo”, que con los años terminaría siendo no otra que la única organización -heredera de la UCD- verdaderamente capaz de constituir una alternativa al PSOE: el Partido Popular.
Entre los principios estatutarios de la formación a la que Aguirre perteneció puede leerse: "El Estado debe ser una institución del hombre y de la democracia, siendo esencial que el poder estatal proteja y nunca comprometa los derechos fundamentales de los hombres como individuos".
O también: "el bien del pueblo debe prevalecer y será salvaguardado de todo abuso del poder por parte del Estado o de cualquier ente social o económico".
Desde luego, tampoco nada especialmente sustancial en el contexto del debate ideológico al que Aguirre, asegura, haber intentado contribuir a las puertas del próximo congreso de junio. Lo que sigue dejando en el aire hasta qué punto lo que importan son las ideas y no las personas, el proyecto político y no quién ha de liderarlo, habida cuenta de las semejanzas que se producen en los discursos de Rajoy y la propia Aguirre, y la dificultad de mantener un discurso diferencial dentro del espectro conservador-liberal-democristiano-centroreformista.
¿Diferentes perros con el mismo collar?
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