Hace algunos días aludía aquí a un reportaje publicado en The New York Times en el que bajo el sonoro cintillo “América en venta” se exponían las ventajas e inconvenientes de la implantación de grandes empresas extranjeras en Estados Unidos. Ni que decir tiene que la preocupación por el estado de la economía mundial llega a ser alarmante. Las noticias de instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional no son nada halagüeñas y la tormenta global parece que sólo acaba de empezar. En Estados Unidos hace muchos meses que vienen padeciendo una desaceleración que amenaza con convertirse en auténtica recesión, cuando no, God nos libre, en una verdadera depresión. Lo que los profanos llamamos una crisis del carajo. El alza de los precios y la grave situación financiera que arrastra el país se están dejando notar ya en el consumo. Las consecuencias: el cierre de empresas y el aumento del desempleo. Así, como suena.
Esta misma semana, el rotativo neoyorquino publicaba un artículo firmado por Michael Barbaro ("Retailing Chains Caught in a Wave of Bankruptcies") en el que se ponían de manifiesto las consecuencias de las crisis sobre un buen número de cadenas de minoristas. Los datos son realmente lacrimógenos. Miles de tiendas están cerrando a lo largo y ancho del país a causa de la espectacular bajada en el consumo y la reducción de los mercados de crédito. Una misma palabra resuena en cada esquina: bancarrota.
El gasto en alimentación y en gasolina se ha disparado, lo que ha desviado el consumo de otro tipo de bienes, como muebles, ropa y electrónica, actividades que se han vuelto realmente vulnerables.
Así, hasta ocho cadenas de tamaño medio –desde la especialista en muebles, Levitz, hasta el vendedor de electrónica Sharper Image- han presentado en los últimos tiempos una solicitud de declaración de quiebra debido al aumento de la deuda y la caída de las ventas.
La avalancha no se ha parado aquí. Y empresas más grandes, como Linens ‘n Things, minorista de muebles con 500 tiendas en 47 estados, ha anunciado que esta misma semana puede declararse en bancarrota.
Otro ejemplo lo encontramos en la firma Bombay, una cadena con 360 tiendas, considerada como un éxito fulgurante en su sector después de que sus ventas se elevaran de 393 millones de dólares en 1999 a 596 millones en 2003, que en septiembre de 2007 y después de 33 años de existencia, tuvo también que quebrar. La empresa, que una vez empleó a 3.608 personas, cuenta ahora con 20 empleados.
Pero, además, en contraste con recesiones anteriores –como señala The NY Times-, las posibilidades de salvación son en este caso menores. Los cambios en la ley de bancarrota federal de 2005 limitan considerablemente los plazos para permitir a las empresas reestructurar sus negocios, ofreciéndolos menos margen.
Es el caso de Fortunoff, una cadena de joyerías y de tiendas de decoración del Noreste. La empresa asumió 90 millones de dólares en préstamos para ayudar a mejorar sus 23 tiendas, usando la mercancía como fianza. Pero a principios de 2008, como el mercado del hogar se resintió, las ganancias de la cadena cayeron, con el agravante de que su fianza había perdido valor y la cantidad que podían tomar prestado disminuyó. ¿El resultado? Una crisis de liquidez que les obligó en febrero pasado a declararse en bancarrota y la posterior compra por la firma Lord & Taylor.
A los que resisten no les queda más remedio que frenar su expansión, cuando no directamente colgar el cartel de cerrado en muchas tiendas. Así, por ejemplo, Foot Locker, cerrará 140 tiendas; Ann Taylor hará lo propio con 117; y el joyero Zales bajará definitivamente la persiana en 100.
En el último año las ventas en tiendas al por menor cayeron al menos un 0.5 por ciento, el peor resultado en 13 años. De este modo, y según el Consejo Internacional de Centros comerciales, 5.770 tiendas cerrarán en 2008, un 5 por ciento más que en 2007.
Además, como los minoristas trabajan con una amplia red de proveedores, sus quiebras hacen que toda la economía se resienta, extendiendo la crisis. Una crisis en cadena que tambalea a la primera economía mundial y que amenaza con tumbar también al resto del planeta. La bola ha tomado la cuesta abajo y es difícil prever qué tamaño alcanzará y cuando parará.
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