Éste es, grosso modo, el argumento de ‘Un millonario inocente’, según la crítica, la mejor novela de Stephen Vizinczey, un autor húngaro, que sufrió en carne propia la censura del régimen comunista de su país y que hubo de exiliarse ante la imposibilidad de encontrar en su patria aire limpio para desarrollar su propio proyecto vital. El libro, publicado hace más de veinte años en nuestro país, ha vuelto a la mesa de novedades de las librerías tras ser reeditado por RBA, convirtiéndose de paso en uno de los textos del momento y demostrando –como ya lo han hecho en los últimos tiempos novelas como ‘Vida y destino’ de Grossman o ‘La Carretera’ de McCarthy- que la cantidad de ventas no tiene por qué estar reñida con la calidad.
Es curioso atender al relato de los inicios de Vizinczey como escritor. Él mismo cuenta cómo con tan sólo 24 años, tras la derrota de la revolución húngara, se encontró en Canadá conociendo sólo unas cincuenta palabras de inglés. Cuando descubrió que era un “escritor sin una lengua”, se subió a un ascensor que le condujo al último piso de un alto edificio de Dorchester Street, en Montreal. Pensaba arrojarse al vacío. “Al mirar hacia abajo desde la azotea, con terror ante la idea de morirme, pero todavía más de romperme la columna vertebral y pasar el resto de mi vida en una silla de ruedas, decidí tratar de convertirme en un escritor inglés”.
Al final –añade- “aprender a escribir en otra lengua fue menos difícil que escribir algo bueno, y viví durante seis años al borde de la miseria antes de estar listo para escribir ‘En brazos de la mujer madura’.” Fascinante, ¿no?
Por eso, en una jornada de celebración como la de este 23 de abril,-cuando el libro ocupa realmente el papel, social y mediático, de vehículo de cultura que nunca debería dejar de tener-, resulta oportuno volver los pasos sobre el decálogo que este escritor sobresaliente elaboró, mediados los años ’80, a petición de Raymond Lamont–Brown, director de 'Writer’s Monthly', que, como él mismo se ha encargado de señalar, le pidió algo “lleno de consejos sensatos y prácticos para quienes son en muchos casos novatos en la ocupación de escribir”.
Lo resumo de forma esquemática, aunque puede ser consultado en su versión íntegra aquí. Les aseguro que constituye un dechado de talento y sentido común equiparable a su propia labor creativa que, por otra parte, nos sitúa frente a un escritor alejado del divismo que caracteriza a otros compañeros de profesión. Y que cada cual elija sus nombres.
LOS 10 MANDAMIENTOS DEL ESCRITOR
1. No beberás, ni fumarás, ni te drogarás. Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes.
2. No tendrás costumbres caras. Un escritor nace del talento y del tiempo... Tiempo para observar, estudiar, pensar. Por consiguiente, no puede permitirse el lujo de desperdiciar una sola hora ganando dinero para cosas no esenciales. A menos que tenga la suerte de haber nacido rico, es mejor que se prepare para vivir sin demasiados bienes terrenales.
Es preciso decidir qué es más importante para uno: vivir bien o escribir bien. No hay que atormentarse con ambiciones contradictorias.
3. Soñarás y escribirás y soñarás y volverás a escribir. No dejes a nadie decirte que estás perdiendo el tiempo cuando tienes la mirada perdida en el vacío. No existe otra forma de concebir un mundo imaginario.
4. No serás vanidoso.La mayor parte de los libros malos lo son porque sus autores están ocupados en tratar de justificarse a sí mismos.
5. No serás modesto. La modestia es una excusa para la chapucería, la pereza, la complacencia; las ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños. Nunca he conocido a un buen escritor que no intentara ser grande.
6. Pensarás sin cesar en los que son verdaderamente grandes. “Las obras del genio están regadas con sus lágrimas”, escribió Balzac en ‘Ilusiones perdidas’. Rechazo, mofa, pobreza, fracaso, una lucha constante contra las propias limitaciones..., tales son los principales sucesos en las vidas de la mayoría de los grandes artistas, y si aspiras a conseguir su destino debes fortalecerte aprendiendo de ellos.
7. No dejarás pasar un solo día sin releer algo grande. Nada de lo que ya se ha hecho puede decirte cómo hacer algo nuevo, pero si comprendes las técnicas de los maestros tienes más posibilidades de desarrollar las propias. Para decirlo en términos de ajedrez: aún no ha existido un gran maestro que no conociera de memoria las partidas de campeonato de sus predecesores.
8. No adorarás Londres–Nueva York–París. Conozco a menudo aspirantes a escritores de lugares apartados que creen que las personas que viven en las capitales de los medios de comunicación tienen sobre el arte alguna información interna especial que ellos no poseen.
Conozco a un destacado crítico de Nueva York que no ha leído nunca a Tolstoi, y además está orgulloso de ello. No hay que perder el tiempo, por tanto, preocupándote por lo que está de moda, del tema idóneo, el estilo idóneo o qué clase de cosas ganan los premios.
9. Escribirás para tu propio placer. Ningún escritor ha logrado jamás complacer a lectores que no estuvieran aproximadamente en su mismo nivel de inteligencia general, que no compartieran su actitud básica ante la vida, la muerte, el sexo, la política o el dinero. Si Shakespeare no puede complacer a todo el mundo, ¿por qué intentarlo siquiera nosotros?
Stendhal dijo que la literatura es el arte de la omisión. Y omito todo lo que no me parece importante. El éxito editorial más ramplón tiene una cosa en común con una gran novela: ambos son auténticos.
10. Serás difícil de complacer. La mayoría de los libros nuevos que leo se me antojan a medio terminar. El escritor se contentó con hacer su trabajo más o menos bien, y luego pasó a algo nuevo.
Para mí, escribir empieza a ser emocionante de verdad cuando vuelvo a un capítulo un par de meses después de haberlo escrito. Es en este punto cuando examino el capítulo durante el tiempo suficiente para aprendérmelo de memoria —lo recito palabra por palabra a cualquiera dispuesto a escuchar— y si no puedo recordar algo, suelo descubrir que no era correcto. La memoria es un buen crítico.
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