miércoles, 30 de abril de 2008

Clasistas, equitativos y predeciblemente irracionales

El cerebro. Ese gran misterio. Un trozo de materia del tamaño de una manzana y a la vez tan complejo como el vasto universo. En las últimas décadas los científicos andan, y nunca mejor dicho, devanándose los sesos, para intentar comprender por qué actuamos los seres humanos como los hacemos. Está claro que aún quedan infinidad de incógnitas por resolver y que buena parte de las conclusiones alcanzadas hasta ahora pueden considerarse como tanteos iniciales que con toda probabilidad en muchos casos aguardan –como suele ocurrir en toda ciencia joven- a ser superadas. Pero, desde luego, la importancia de los avances en neurociencia resultan incuestionables y están ayudando ya a arrojar luz sobre muchos de nuestros comportamientos de un modo hasta hace casi nada inimaginable.

En las últimas semanas –me entero a través de Neofronteras- se han publicado diversos estudios encaminados a despejar diferentes cuestiones relacionadas con el funcionamiento de este órgano vital, de enorme trascendencia también desde el punto de vista de las ciencias sociales en su conjunto.

Así, por ejemplo, investigadores del National Institute of Mental Health han descubierto que la región del cerebro denominada ‘estriatum’ juega un papel fundamental a la hora de tomar decisiones. Una de las principales conclusiones que extraen es que para nuestros cerebros es tan importante el dinero como el estatus social que tenemos, y sugieren –algo que por otra parte la propia experiencia diaria de cada cual nos puede revelar- que nuestra posición social influye en nuestras motivaciones, así como en nuestra salud mental y física.

Estos científicos aseguran haber encontrado la prueba de que nuestro cerebro considera la posición jerárquica tan importante como otro tipo de recompensas y que medimos nuestros beneficios en función de los beneficios de los demás. O, dicho de otro modo, que lo que realmente nos puede llegar a molestar no es cobrar un mísero sueldo tras trabajar doce horas diarias, sino que otros compañeros ganen lo mismo o más aplicando el mínimo esfuerzo. De este modo, según el estudio, si la jerarquía es estable podemos ignorar a aquellos que están por debajo y concentrarnos en los que están por encima; y si es inestable, y podemos perder nuestro estatus, entonces aparecen las emociones y los problemas.

En definitiva, que aquellos que todavía piensan –pese a la frustrada experiencia marxista- que es posible una sociedad sin clases sociales, pueden ir olvidándose de momento, toda vez que la percepción de la jerarquía, más que una superestructura, es algo profundamente grabado en nuestros cerebros, y por tanto en nuestra naturaleza biológica.

¿Quiere decir lo anterior que no podemos más que aceptar pasivamente lo que nuestro cerebro nos dicte, mostrándonos indiferentes ante los abusos de autoridad que de tal percepción puedan derivarse? En ningún caso, entre otras razones, porque, como afirma otro estudio reciente, nuestro cerebro está condicionado por defecto para demandar un trato justo. Esto depende de la parte emocional del mismo, que en este caso se impone a la parte racional.

Según aparece publicado en el número de abril de ‘Psychological Science’, el cerebro encuentra el comportamiento egoísta –de los demás- emocionalmente desagradable, y un grupo de neuronas diferente encuentra la equidad edificante.
Es decir que, frente a la visión –cara a muchos economistas teóricos- que mantiene que los seres humanos tomamos siempre decisiones racionales encaminadas a maximizar nuestros intereses personales, el cerebro humano está configurado para percibir el sentido de la equidad.

Quizá esta conclusión esté relacionada con la tesis que defiende el libro del investigador del MIT, Dan Ariely, (“Predictably Irrational” (HarperCollins), incluido en la lista de los libros más vendidos del ‘The New York Times’ en febrero pasado) en el que relata cómo la gente es “predeciblemente irracional” en determinados tipos de situaciones. Su estudio del comportamiento económico ha demostrado que la gente frecuentemente toma decisiones que parecen desafiar toda lógica, pero lo hacen de una manera predecible y consistente, en ocasiones a causa de motivaciones morales.

Sobre el mismo proceso de toma de decisiones también han aparecido nuevos descubrimientos. Así, unos científicos han explorado recientemente un circuito cerebral relacionado con esta función. Según ellos el cerebro funciona mejor cuando se le cambia la rutina habitual. Según aseguran, este hallazgo ayudará en las investigaciones para el desarrollo de prótesis y para saber cómo se toman las decisiones “insanas”.

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