domingo, 4 de mayo de 2008

Chantaje

Hagan conmigo un ejercicio de imaginación, o de empatía. Supongan que de la decisión que adopten depende la vida de un grupo de compatriotas inocentes, a los que no conoce personalmente, pero a cuyos familiares no cesa de ver en televisión pidiendo su intermediación, depositando en usted su confianza. No en vano, la vida de sus maridos o padres está en sus manos.

Suponga que dispone de fondos ilimitados para liberar a ese grupo de hombres que, mientras hacían su trabajo, han sido secuestrados por unos criminales. Y que todo lo que tiene que hacer para poner fuera de peligro a esos hombres inermes es pagar una cantidad de dinero, irrisoria si la comparamos con los posibles que usted maneja.
Claro, ya saben que estoy hablando del reciente secuestro de los marineros del barco ‘Playa de Bakio’ en costas somalíes y del pago no reconocido, pero perfectamente reconocible, de una cantidad que podría rondar el millón de euros por parte del Gobierno español. Pero, lo que yo les pregunto (y me pregunto) es qué habrían hecho ustedes (qué habría hecho yo) si hubieran tenido que tomar una decisión. Tengan en cuenta antes de responder, y para terminar de ponerse en el lugar del otro, que usted o un familiar suyo podría encontrarse en la situación de las víctimas.

Una de las primeras cosas -si conseguimos dejar por un instante de lado, de ponerle nombre, rostro e historia a cada uno de los 26 pescadores- que se nos vienen a la cabeza, es que un Estado no puede ceder al chantaje de un grupo de terroristas desalmados. Entre otras cosas, porque ese dinero que sirve para liberar a unos, está llamado a servir de presupuesto para el secuestro -y quién sabe si para el asesinato- de otros. Este dilema lo conocen muy bien en países como Colombia, donde sucesivos gobiernos han intentado -aunque no siempre cumplido- oponerse al pago económico o al canjeo de prisioneros con los distintos grupos guerrilleros en base al mismo argumento: no se puede ceder ante el chantaje.

En España, gracias a ETA -a la que sólo podemos agradecerle calamidades-, el debate también ha sido especialmente intenso, aunque, por sensible, no excesivamente aireado. El ejemplo más notorio y frecuente tiene que ver con el pago del llamado “impuesto revolucionario”, de nuevo de actualidad en los últimos días.

Como en el caso de los marineros del ‘Playa de Bakio’, alguien es extorsionado para garantizar su seguridad y, en este caso, la de su familia. El debate ético es el mismo. El dinero que yo dé a esta gentuza -piensa el aterrorizado empresario vasco que recibe la misiva-, servirá para extorsionar y asesinar a otros. ¿Aceptarlo no es por lo tanto mancharse también uno las manos de sangre?
La diferencia radica en que en el primer caso caso, el que paga no es un individuo anónimo, sino un gobierno, un Estado que representa la voluntad de todo un país. Pero, al fin y al cabo, compuesto por hombres como usted y como yo, con hijos y mujer y sentimientos compasivos y dudas y miedo.

¿Qué hubiera hecho usted? Yo sólo puedo decir que no lo sé. Y que espero no tener que elegir nunca, como aquel soldado francés al que Sartre ponía como ejemplo, entre mi madre y la Patria.

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