miércoles, 7 de mayo de 2008

La madre del artista

Algo tiene la narrativa de Michel Houellebecq que repugna al tiempo que fascina. Sus personajes sombríos y perturbados, neuróticos, sus mundos sórdidos, miserables despiertan aversión al tiempo que consiguen atrapar al lector, quien se ve envuelto frente a toda resistencia en la tupida y pegajosa tela de araña que el escritor construye en cada uno de sus novelas, en libros que sirven de escenario a las más bajas pasiones, nihilistas, que radiografían los ángulos más tenebrosos de nuestro tiempo. Houellebecq es un provocador dentro y fuera de sus novelas, lo que le ha granjeado una merecidísima fama de 'enfant terrible' en Francia y el resto del mundo que, sin embargo, devora cada uno de sus libros desde que con ‘Las partículas elementales’ fuera elevado a la categoría de autor de culto. Quizá, precisamente su merito haya estado en lograr doblegar la moral al uso y obligarnos a mirarnos a nosotros mismos en nuestro propio espejo. Un espejo deformado, como en esas galerías de parque de atracciones que multiplican por mil nuestros defectos.

Y en esta tarea de desvelamiento, que no disimula su placer vouyerista –onanista también- no se ha detenido ante nada, y no contento con arremeter sucesivamente contra la herencia de Mayo del 68, el Islam o el feminismo, llegó hasta el punto de convertir a su madre –de quien en alguna entrevista llegó a decir que estaba muerta- en personaje de opereta.

Y la madre, claro, que no estaba muerta, sino de parranda, al final ha explotado.

“A mi hijo que le dé por el culo quien quiera y [que lo haga] con quien quiera (...). Pero si, por desgracia, cita mi nombre en algún chisme, se va a llevar un palo en la cara que le va a sacar todos los dientes, eso seguro!”, ha escrito Lucie Ceccaldi, la madre del artista, en ‘L’Innocent’e, un volumen que publica este miércoles 7 de mayo la editorial Scali, en el que ajusta cuentas con su célebre hijo. A Ceccaldi, de 83 años, no le gustó un pelo que su retoño la retratara como una egoísta y odiosa ninfómana en ‘Las partículas elementales’, y ha decidido tomarse la revancha, y de paso, ganarse unos cuartos.

En la novela, la más vendida del autor, la madre de los dos protagonistas, que curiosamente se llama Ceccali, es presentada como una mujer egoísta, indiferente al amor filial, que se encuentra inmersa en los movimientos de liberación de mayo del 68. De hecho, el personaje no duda en abandonar a sus dos hijos, los hermanastros Bruno y, curiosamente, Michel, para irse de picos pardos.

Los paralelismos con la vida real del autor resultan evidentes si tenemos en cuenta que con sólo cinco años, Lucie envió a Michel con sus abuelos y se lanzó a recorrer África en un Citroën dos caballos. Esta circunstancia parece ser que dejó marcado al pequeño, quien más tarde iría dibujando en sus novelas un perfil nada halagador de la figura materna en general y de su madre en particular. Lo que, si se mira bien, y a tenor de algunas de algunas de las perlas que mami desperdiga por su libro, puede hasta comprenderse: “Nunca me ha salido eso de decir, hijo mío, eres lo más bonito del mundo –afirma la Ceccaldi-. No, mi hijo es un pequeño gilipollas”.

Aún así, la sufrida madre deja una puerta abierta a la reconciliación, aunque eso sí, muy, muy pequeña: “Con Michel Houellebecq, mi hijo, podré volver a hablar el día en el que salga ante todo el mundo, con ‘Las partículas elementales’ en la mano, y diga : ‘Soy un mentiroso, soy un impostor. He sido un parásito, no he hecho nada más en mi vida que daño a todos los que me rodean, y pido perdón".

En fin, parece que la conciliación es casi tan improbable como que un camello pase por el ojo de una aguja, incluso más que un rico vaya al cielo.

[Artículo recomendado por soitu]

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