El Partido Popular se encuentra ahora mismo en la fase del capullo. La frase no es mía. Es de Esteban González Pons, uno de los nuevos hombres de Rajoy, y la apreciación no está dirigida a su jefe de filas, por mucho que haya quien diga que tiene cara de, sino al proceso de metamorfosis que está viviendo en estos momentos el gusano de seda de su formación antes de convertirse en mariposa. Un poema, vamos.
Pero, a pesar de estos y otros juegos florales, González Pons es de los pocos que está manteniendo la cordura dentro del PP desde la derrota del 9 de marzo. A las pruebas me remito. Mientras Rajoy empieza a ser abiertamente cuestionado por el “ala dura” del partido y por sus medios afines, en Madrid, Aguirre y Gallardón siguen enzarzados en su particular disputa por ver quién sería el mejor sucesor del gallego, una lucha que el alcalde ha conseguido decantar a su favor tras variar su estrategia después de las elecciones. Ponerse el disfraz de sumiso hombre de partido ha demostrado ser un sistema más eficaz para estar bien posicionado, que cuestionar el liderazgo del actual presidente. Tiempo habrá para los Idus de marzo.
En el País Vasco la situación es mucho peor. La valerosa María San Gil, con el respaldo de Mayor Oreja y Gustavo de Arístegui, ha pegado la espantá y quién sabe si no terminará tomando las de Villarosadíez. Lo peor de todo es que nadie sabe aún por qué. Pero la marcha de Ortega Lara, símbolo de la resistencia frente al terror de ETA, y las concentraciones a las puertas de la sede del PP, no han hecho más que echar sal sobre esta herida.
Y lo que no es menos grave, la marcha de Acebes y Zaplana y el papel irrelevante que han pasado a adoptar Pizarro o Juan Costa, han despertado a la bicha, y con su habitual gracejo vallisoletano, Aznar se ha encargado de darle un tirón de orejas a Rajoy y al cambio de rumbo que su cuervo -cría delfines- pretende darle al partido.
El problema es que, pese al baile de nombres, aún no se vislumbra muy bien en qué consiste este penúltimo viaje al centro. El “debate ideológico” que reclamaba Aguirre no se está produciendo. Y sólo el mero hecho de contar con unos y pasar de otros, de moderar algo las posiciones después de la suicida legislatura anterior -hay que hacerse el harakiri para perder dos elecciones consecutivas con Zapatero- pueden explicar este diario zambaleo.
Nada de esto es nuevo. A principios del siglo pasado -Fraga todavía llevaba pantalón corto-, el politólogo, Robert Michels, formuló la célebre “ley de hierro de la oligarquía”, que venía más o menos a decir que en toda gran organización el poder termina recayendo en un grupo minoritario de personas, lo que hace inviable una verdadera democracia interna. El PP no escapa a esta regla que convierte en traumáticas las renovaciones y que puede resultar letal si el proceso se cierra en falso.
A mi juicio, lo que les hacía falta a los de Génova son unas buenas primarias. De lo contrario, la imagen optimista que el simpático y moderado González Pons traza al comparar el estado actual de su partido con las cenas de Nochevieja puede romperse en pedazos. “Sí, esa cena en la que los niños dan la lata y el cuñado no ayuda... Pero, después vienen el champán y las uvas y todo el mundo se pone a bailar y todo se revuelve”.
Al final va a ser verdad lo del capullo. La fase, digo.
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